El destino quiso que ocurriera casi un año más tarde de una de las mayores exhibiciones de superioridad que se han visto en el ciclismo y en el Tour de Francia. 364 días después de la mítica contrarreloj de Luxemburgo, Miguel Indurain volvió a hacer historia.
Esta vez lo hizo en el Lago de Madine, un lugar que ocupa 11km² y que está situado en el Parque Natural Regional de Lorena. Más de 250 especies de aves se pueden observar por allí. Indurain voló como un ave más, pero él sobre el asfalto a 48,6km/hora. Una bestialidad solo al alcance del campeón navarro.
Camino de su tercer Tour de Francia consecutivo, llegó la novena etapa. Una contralejoj individual con salida y meta en el Lac de Madine. 59 kilómetros. Para poner la clasificación en su sitio. Para decir aquí estoy yo, demostrar quién era el mejor y colocarse como líder indiscutible de aquel Tour.
12 de julio de 1993. Son las nueve de la mañana y Miguel Indurain se dispone a reconocer el circuito de la CRI. El día ha amanecido nublado y ventoso, como si fuera otoño. El trazado de la etapa es largo, duro y con dos repechos.
Cuando el ciclista navarro toma la salida no llueve, aunque sí lo ha hecho anteriormente, la carretera está mojada después del diluvio. Indurain sale con manga larga y con casco.
Comienza a llover de nuevo sobre el recorrido de la contrarreloj. Indurain al ver que las gotas empapan la visera, lo deja caer. En el primer punto intermedio ya le saca 36 segundos al suizo Tony Rominger, que había salido dos horas que el español y que se había encontrado con lluvia, viento y granizo. Al italiano Gianni Bugno le aventaja en casi un minuto.
En el siguiente punto cronometrado llega la rampa más dura de la etapa. Tras haberse completado 28 kilómetros, Indurain barre a sus principales rivales: 1´12″ a Bugno y trece segundos más a Rominger. Una bestialidad porque quedaba la mitad de la CRI.
Un pinchazo impidió que las diferencias entre Induráin y sus rivales fuese mayor
A diecisiete kilómetros del final, la diferencia alcanza los dos minutos, cada vez es mayor e Indurain va camino de sumar su noveno triunfo consecutivo en una contrarreloj de una gran vuelta. A seis kilómetros de la llegada, el ciclista navarro pincha una rueda. Desde que empieza a frenar hasta que se la cambian pasan unos veinte segundos. El bicampeón del Tour de Francia hasta ese momento, tiene que terminar la etapa con una bici de repuesto. La gana con solvencia, dando un nuevo golpe de autoridad. Seguramente las diferencias hubieran sido aún más mayores con sus rivales de no haber sido por el pinchazo. Bugno acaba a 2´11″, el holandés Erik Breukink a 2´22″, Rominger a 2´42″ y el también suizo Zulle a 3´18″. Indurain demostraba una vez más que era invencible.
Aquella tarde se produce un hecho sorprendente. Su hermano Prudencio acaba último de la etapa a casi dieciocho minutos y muy cerca del fuera de control. Si Miguel no hubiera pinchado, su hermano habría sido eliminado del Tour de Francia. Tras ganar en el Lago de Madine, Miguel Indurain se coloca como líder y ya no dejará el maillot amarillo hasta el final del Tour, el tercero consecutivo.