¡Mis queridos palomiteros!
Con la vista puesta en la celebración de los Premios Oscar 2018 el próximo 4 de marzo, quiero hacerme eco de uno de los sucesos épicos más entrañables, que tuvo lugar hace 8 años.
Por entonces, los Oscar tenían un claro pretendiente que resultó abofeteado. La película favorita era Avatar, del director canadiense James Cameron, que tenía visos de arrasar. Sin embargo hizo el ridículo cuando los académicos americanos le concedieron 3 premios menores.
Por su parte, En tierra hostil, el filme de su ex esposa, la realizadora californiana Kathryn Bigelow, y con la que estuvo casado 3 años, fue muy aplaudida y galardonada; no en vano obtuvo 6 de los 9 Oscar a los que aspiraba, incluyendo mejor película y mejor directora, al tiempo que se convertía en la primera realizadora en cosechar ambos galardones. La Academia Americana empezaba a madurar. ¿Por qué? Pongamos las cartas boca arriba.
El drama bélico En tierra hostil (The Hurt Locker) es la mejor película hasta la fecha sobre la guerra de Irak. Sigue las labores cotidianas en Bagdad de tres marines estadounidenses, que forman parte de una unidad de artificieros especialistas en desactivar bombas.
Ellos son Will, muy individualista, que parece no conocer lo que es el miedo, y ha desarmado cientos de artefactos; Sanborn, un afroamericano muy racional, que piensa que la seguridad pasa por el trabajo en equipo; y Owen, el más joven, al que el conflicto le está afectando, recibe ayuda psicológica de un coronel médico.
Sus distintas misiones sirven para ahondar más en sus personalidades: tocamos su humanidad, también en lo que se refiere a los lazos familiares, buceamos en sus temores, y llegamos a atisbar un poco el daño tremendo que hace la guerra, en primerísimo lugar a los propios militares.
El elenco, sin estrellas -salvo Ralph Fiennes y Guy Pearce, que aparecen fugazmente-, y con un guión sencillo, sobrio y directo de Mark Boal (En el valle de Elah), Bigelow saca el máximo partido a unos buenos actores, con Jeremy Renner al frente.
Para ello, despliega una puesta en escena meticulosa y medida, que mantiene en tensión al espectador, pues subraya con el montaje y la música las pequeñas intrigas que va generando la vigorosa planificación. Incluso le salen bien varios homenajes al spaghetti western, muy bien remarcados por la singular banda sonora de Marco Beltrami y Buck Sanders.
Por otro lado, sorprende la potencia dramática que logra la película con esos mínimos elementos narrativos, pues el filme elude cualquier tipo de análisis político, estratégico o sociológico, y sólo apunta levemente las motivaciones del enemigo y su crueldad. Y es que a Bigelow sólo le interesa dejar constancia de la deshumanización que genera cualquier guerra, sobre todo por el desprecio a la dignidad humana y por la adicción a la violencia y a la adrenalina que inocula en los combatientes.
Un propuesta taquicárdica de principio a fin que justifica suficientemente sus 6 Oscar. Desde luego hay que verla antes de la próxima y previsible gala de los Oscar.