¡Mis queridos palomiteros! Existen dos tendencias singularmente preocupantes que definen hoy al cine español, abonado al narcisismo colectivo. Me refiero a los macarrismos y faquirismos sexuales. Ambas son preocupantes y, salvo nobles excepciones, describen parte del cine contemporáneo.
Formados en el reino o tiranía de la promiscuidad audiovisual, directores y guionistas se dedican a integrar desprejuiciadamente, peor que mejor, la coctelera de códigos que definen el audiovisual.
Desde el cómic o la publicidad, pasando por los fanzines o los vídeoclips, hasta la música más posmoderna. Directores que asimilan desde su tierna (es un decir) infancia el presuroso ritmo que expulsan las imágenes. Su cine se expresa con excesiva linealidad. No recurre a subrayados de ninguna clase, despreciando las estrategias palmarias, demostrativas.
Por otro lado, existe una aberrante desvinculación con la tradición. Sobre todo con la literaria. Excepto casos concretos (Agustín Díaz Yanes, Gracia Querejeta, Rafael Gordon, Víctor Erice, Pedro Almodóvar), el resto se retroalimenta del multiforme y, tantas veces irrelevante, universo de la imagen y de la comunicación sin fronteras, la aldea global, característica que Internet ha agravado en los últimos tiempos.
En definitiva, nos hallamos con una quiebra de la exclusividad (o al menos cierta preponderancia) de las raíces literarias.
No podemos afirmar que el paso de la modernidad a la posmodernidad en el cine español haya resultado especialmente beneficioso
Todo esto nos lleva a una ruptura con pretéritos parentescos que mantenía el cine español con el costumbrismo, en unos casos. Y ciertas visiones pasadas por el tamiz de la sociología más crítica, en otros.
En la actualidad, estas tendencias se encuentran bastante eclipsadas. En sus manifestaciones puntuales nos ahorran cierto casticismo polvoriento y excesivamente discursivo, aunque no podríamos afirmar con rotundidad que el paso de la modernidad a la posmodernidad cinematográfica en España haya resultado especialmente beneficioso.
Concluimos este apartado indicando cuáles son algunos de los modelos más representativos sobre otras tendencias cinematográficas.
El macarrismo en el cine español: 7 vírgenes (2005), de Alberto Rodríguez, Camarón (2005), de Jaime Chavarri o Volando voy (2006), de Miguel Albadalejo.
Adolescentes cuya voz se evapora en bobos delirios, a saber, drogas por doquier, faquirismos sexuales, vida fácil, etcétera: La fiesta (2003), de Manuel Sanabria y Carlos Villaverde, Gente pez (2001), de Jorge Iglesias, o El año de la garrapata (2004), de Jorge Coira.
Comedietas dignas de rápido olvido. La saga Torrente, como ejemplo señero, dirigida y escrita por Santiago Segura.
El anticlericalismo paleto que impregna casi todo el cine nacional, a excepción de la magnífica Héctor (2004), de Gracia Querejeta.
¿Cómo será la siguiente película patria? Ya sabemos que políglota, seguro.