¡Mis queridos palomiteros! Este es el perfil de la mujer en la filmografía de Alfred Hitchcock: ‘brujas y santas’. Recientemente hablábamos sobre este poderoso tema, que tanto ha dado que hablar a la Historia del Cine.
No podemos pensar que existan dos tipos de mujeres —en su etapa madura—, a pesar de que la mayor parte de la bibliografía, desde El cine según Hitchcock, así lo confirme.
El periodo de mujeres más auténtico en su cine abarca desde La ventana indiscreta (1954) hasta Marnie la ladrona (1964), con Grace Kelly a la cabeza.
Para demostrarlo, nos basta comprobar qué retrato realiza de la mujer-princesa en La ventana indiscreta. Jeffries (James Stewart) siente que Lisa (Grace Kelly) es un sueño, un ideal, que le despierta una tarde vestida como una princesa.
Su diálogo hace referencia al miedo que él tiene de que ella se convierta en otro tipo de mujer. Lo deducimos por las valoraciones que Jeffries hace sobre el gusto de Lisa por la ropa cara.
Dos características femeninas y elementales en la filmografía de Alfred Hitchcock: la adoración y el fetichismo
En cuanto a los aspectos teóricamente positivos de la mujer de las películas de Hitchcock, dos elementos llaman vivamente la atención: la adoración y el fetichismo.
La adoración se halla presente desde el instante en que Hitchcock desea manifestar la belleza de la mujer, como se aprecia en la violación de Marnie por su esposo —una santa que se entrega al martirio— o la frialdad con que el realizador inglés nos presenta a Grace Kelly en cada película.
Es el caso de la madre de Marion Crane de Psicosis. Cuando ella tiene su encuentro con Sam Loomis a la hora de comer, en un motel barato —porque no hay tiempo para disfrutar del amor en otro momento—. Marion le dice que está cansada de verse en ese tipo de lugares y de que “se tenga que poner boca abajo el retrato de mi madre”.
Annette Kuhn, Raymond Bellour y, muy especialmente, Janet Bergstrom señalan que ante el hecho de que Hitchcock considerara el cuerpo de la mujer como un peligro, éste decide fragmentarlo (rostros, bocas, ojos, manos…).
A veces, se hace necesaria la presencia de la mujer, aún cuando sólo sabemos que existe, y que probablemente vive, pero no la conocemos
De esta manera cae en el fetichismo, pues el cuerpo de la mujer fragmentado es garantía de seguridad.
Sin duda, este aspecto recorre toda la obra hitchcockiana, representado, fundamentalmente, por los cabellos de las mujeres de su filmografía, símbolo de la estética de curvas femenina.
Pero también por los tacones y por la excesiva feminidad de las mujeres del “mago del suspense”. Estos símbolos femeninos externos se pierden en el transcurso de la acción: la mujer se despeina en Los pájaros (1963), se estropea y se cambia de vestido en Vértigo (1958), pierde los tacones en Con la muerte en los talones (1959). Todo esto es lo que Eugenio Trías llama ritual erótico.
¡La siguiente vez más y mejor, palomiteros!