¡Mis queridos palomiteros! Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, escandaliza a Broadway. Inexplicablemente, el best seller también queda apartado de las escuelas estadounidenses por su lenguaje.
Resulta sorprendente que en los tiempos que corren, donde se da una permisividad absoluta para que los adolescentes vean cualquier cosa en el cine, no digamos en la literatura que manejan, una escuela de la ciudad de Biloxi, en el estado de Misisipi, al sur de los EE.UU. ha retirado de las listas de lectura Matar a un ruiseñor, exitosa y galardonada novela -recibió el Pulitzer- de la escritora estadounidense, Harper Lee -fallecida en febrero de 2016- y publicada en 1960.
Y digo que me sorprende porque precisamente esa aventura está considerada como una de las historias que mejor aboga por la igualdad de las razas. Una novela que, a través de los ojos de una niña, consiguió que muchos lectores entendieran que la empatía no depende del color de piel de las personas. Y todo porque ahora resulta que la palabra nigger (negrata) es demasiado ofensiva para estos escolares. Lo han dicho los padres, que ese lenguaje incomoda.
«Matar a un ruiseñor es una herramienta de aprendizaje. Tiene todas las lecciones de la vida sintetizadas y escritas de una manera que podemos escucharlas»
¿Y qué vamos a pensar, a partir de este momento, de todas las películas o novelas, que afrontan el tema del racismo con menos empatía y más frivolidad? ¿Qué va a ocurrir si a esos escolares les ponemos a ver West Side Story? (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961). ¿Les aburrirá por cansancio musical? ¿Por ser un filme romántico?
Porque está claro que por el cruce de razas no puede ser. Y eso que fueron los estadounidenses los primeros en reconocer en los premios Oscar a Halle Berry como mejor actriz protagonista por Monster’ Ball en 2001 (Marc Forster). Un hecho insólito, puesto que el privilegio del premio a la actriz protagonista quedaba reservado a las intérpretes de piel blanca. ¿Y ahora vamos a dar pasos hacia atrás? ¿Y qué pasa con las historias de afroamericanos en el cine, por ejemplo en La milla verde? (Frank Darabont, 1999). ¿Ya no se va a poder ver por si hay referencias al negrata? ¿Y también se nos va a censurar, por lo mismo, Cadena perpetua? (Frank Darabont, 1994).
Sea como fuere, Matar a un ruiseñor es una herramienta de aprendizaje. Tiene todas las lecciones de la vida sintetizadas y escritas de una manera que podemos escucharlas”, ha dicho Mary Badham, la actriz que con 10 años interpretó a Scout, la hija de Atticus Finch en el cine.
Por desgracia, el listado de volúmenes censurados en América es cada vez mayor: El cuento de la criada, de Margaret Atwood, El diario de Ana Frank y Romeo y Julieta. Las aventuras de Huckleberry Finn figura en el primer lugar de la lista de los títulos más apartados en las escuelas de EE.UU. Entre otros títulos reprobados se encuentra El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald o Las uvas de la ira, de John Steinbeck. ¡Hasta El color púrpura, de Alice Walker, o Beloved, de Toni Morrison!
Tal vez haya que leer Ve y pon un centinela, secuela de Matar a un ruiseñor, para poner en orden en este insólito momento. Porque si existe en el cine y la literatura un modelo de ética y de conducta ejemplar, es el de Atticus, personaje que llevó al cine Robert Mulligan en Matar a un ruiseñor en 1962 y cuya película cosechó 3 premios Oscar, uno de ellos para Gregory Peck como mejor actor.
Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, escandaliza a Broadway. ¿Hay gato encerrado?
¿No son demasiadas casualidades que todo este follón se monte sin que pueda defenderse la autora, de quien se dice que no tenía permiso para publicar la secuela? Las piezas no encajan, y si encajan alguien hace trampa. Harper Lee no, desde luego. Que le pregunten, si no, al visceral Truman Capote.
Y el culebrón no acaba aquí. Los herederos de Harper Lee han demandado a los productores de la obra de Brodway, basada en su novela Matar a un ruiseñor, porque no es fiel al espíritu del libro. La obra fue escrita por Aaron Sorkin, autor de la película sobre Facebook The Social Network con la que también cosechó críticas de Mark Zuckerberg, que afirmaba que ciertos aspectos del filme habían sido inventados.
Harper Lee había firmado un contrato de consentimiento para esa adaptación de Broadway tan solo ocho meses antes de su muerte. En dicho texto, por el que la autora recibía 100.000 dólares, se recoge una cláusula en la especifica que la pieza teatral no debía “desviarse de ninguna forma del espíritu de la novela ni alterar ninguno de sus personajes”.
¿No se está hilando demasiado fino con esta hermosa joya artística? ¿Por qué no se la deja en paz?