¡Mis queridos palomiteros! ‘Galdós: Sombra y Realidad’: Impecable radiogafía del escritor canario. Como sabéis, estamos conmemorando el llamado ‘Año Galdós’. Concretamente cuando recordamos al singular escritor canario en el centenario de su fallecimiento.
Entre el gran número de homenajes que se le están brindando este extraño 2020, quiero poner el foco en el que he considerado más redondo. Se trata del que se está celebrando en la Sala Principal del Teatro Español de Madrid, titulado Galdós: Sombra y Realidad, escrito por los prestigiosos dramaturgos Ignacio del Moral (El viaje a ninguna parte, 2013) y Verónica Fernández (Presas, 2005), y dirigido por la afamada autora teatral Pilar González Almansa (Mauthausen: La voz de mi abuelo, 2019).
Crítica complementaria de Galdós: Sombra y Realidad
El rítmico drama de época -que no tiene que ver directamente con la pieza teatral de Galdós Realidad (1892)- está fabricado en formato de paradoja temporal y de su subgénero narrativo “¿qué hubiera pasado si?”. Parte de un Benito Pérez Galdós a punto de morir, momento en el que realiza un viaje fascinante a través de sus recuerdos. Esta onírica travesía contempla cuánto influyeron sus apasionados amores en sus novelas, así como sus deseos, contradicciones, obsesiones y sentido del humor.
Así las cosas, desfilan por la escena personajes reales como Concha Ruth, Emilia Pardo Bazán, Teodosia o Lorenza, madre de su única hija, y otros ficticios, fruto de sus creaciones literarias (Fortunata, Marianela, Doña Perfecta o Tristana).
‘Galdós: Sombra y Realidad’: Impecable radiogafía del escritor canario
Todo ello se ofrece al espectador con gran sencillez y definición –muy buena integración de personajes y de sus acertados diálogos– donde Teodosia, encarnada por una sólida Carmen Conesa, marca los tiempos de la historia, tanto los dramáticos como los musicales.
Por otro lado, la escena se presenta neutra, depurada de cualquier elemento escenográfico –solo el luminoso vestuario muestra un generoso contraste, así como el foro se ve salpicado de símbolos (miradas o una cadena de sillas que guarda una alocada armonía, por ejemplo-), y su ambientación y atmósfera sobrias dan paso a la voz de los actores, que dan lo mejor de sí mismos con un resultado excepcional.
Cada uno en su personaje, lucen su talento Jesús Noguero, Marta Aledo, la precitada Carmen Conesa, Diana Palazón, Ainhoa Santamaría, Amparo Fernández y María Ramos. Y no sólo por los conflictos interpretativos que mantienen todos entre sí, sino también por el uso inteligente que hacen los actores cuando han de dotar de dinamismo al espectáculo, introduciendo o devolviendo a las cajas mobiliario, que recibe varios usos, según la escena de turno.
La iniciativa funciona y ese juego escénico –además de otras loables coreografías– realizado en sintonía con el tono del montaje, da una idea más terminada de la excelencia en el resultado final.
Gran acierto, pues, del Teatro Español de Madrid, al homenajear con hondura crítica y rigor a uno de los escritores más representativos de nuestra historia reciente, a caballo entre la realidad y la ficción.
