¡Mis queridos palomiteros! ‘Los mojigatos’: Magüi Mira sirve con acierto más que amor que frenesí. Mal que nos pese, el próximo 13 de diciembre echa el telón del teatro Bellas Artes de Madrid Los mojigatos, comedia en torno a las vicisitudes del amor llegada la cincuentena, escrita por el dramaturgo escocés Anthony Neilson, y adaptada y dirigida con personalidad por la afamada Magüi Mira.
El espectáculo -gestionado por Pentación Espectáculos y producido por don Jesús Cimarro– se plantea desde ese prisma neandertaliano, en el que parece que si a determinada edad la intensidad sexual está en vías de desaparecer, o de convertirse en otra cosa, el mundo se derrumba -y como se argumenta en la película de Michael Curtiz, Casablanca-, “y nosotros nos enamoramos”.
Sin embargo, Magüi Mira reorienta el punto de vista y analiza el asunto desde una óptica menos directa, va más al subtexto, a medir el pulso de las emociones, lo cual no quiere decir que el montaje esté al margen de abordar con claridad meridiana todos los temas en relación con la sexualidad.
Entonces, ¿dónde están las líneas rojas de la nueva seducción? ¿Cómo sustituir los viejos códigos caducos sin convertirse en unos “mojigatos”? ¿Cómo hacer el amor con plenitud en una relación equilibrada y libre? ¿Sabremos afrontar esa necesaria renegociación de género?
‘Los mojigatos’: Magüi Mira sirve con acierto más que amor que frenesí
La pieza teatral narra las andanzas de una mujer (Cecilia) y un hombre (Jaime) –interpretados espléndidamente por los camaleónicos Gabino Diego y Cecilia Solaguren-, que tras nueve años de buena relación y 14 meses de sequía sexual intentan encontrar una salida a su problema con la colaboración del público. Todo ello para encontrar las respuestas justas a una pareja “en busca del sexo perdido”.
Si bien es cierto que el dramaturgo Juan Luis Mira y su Asalto de cama proponían un acercamiento al tema de marras -a partir de otros presupuestos argumentales-, el trabajo de Magüi Mira es más sutil, tanto en su forma y su fondo, lo cual es síntoma de que el teatro puede ser elegante si se conoce al dedillo lo que se quiere contar y de qué manera.
Y en este sentido, la directora de La fuerza del cariño da en el clavo, porque ha sabido ponderar el texto de Neilson, actualizarlo a los tiempos modernos –bravo por el trabajo con la arquitectura dramática– y alejarlo de la habitual guerra de sexos -tan vistas como olvidables-, de modo que la respuesta escénica dé gusto a cualquier espectador, al que regala enjundiosas dosis justas de pura pasión y de pura emotividad. Porque de eso va la vida. De encontrar el equilibrio.
Y para que todo ello funcione, había que recurrir a dos actores que dieran la talla. ¡Y vaya si la dan! Los precitados Gabino Diego, ganador de un Goya (Ay Carmela) y Cecilia Solaguren, con un currículo teatral envidiable, forman un sólido tándem artístico, que logra grandes momentos interpretativos, apoyados en esa química teatral que destilan a cada frase lanzada.
La directora de La fuerza del cariño da en el clavo, porque ha sabido ponderar el texto de Neilson y actualizarlo a los tiempos modernos
El primero se siente responsable (culpable) de no satisfacer como debiera a su pareja. Su personaje encarna con soltura los traumas que tanto le pesan y ella sólo desea dar rienda a la pasión que no ha perdido. Pero sin ñoñerías y sin recurrir a la risa fácil. Además, para conectar con el público rompen esa cuarta pared que hubiese transformado el espectáculo en otra cosa, pero hubiera perdido su intención y su carga dramática.
Finalmente, hay que aplaudir la propuesta escenográfica, de la que también es responsable Magüi Mira, ya que el escenario se presenta depurado de cualquier elemento que preludie ningún suceso, y lo que acontece después facilita simpáticos juegos escénicos, con los que enseguida conecta el respetable.
Queda, pues, un fresco, atractivo, rítmico, emocionante y muy recomendable espectáculo, de esos que son como oasis en el desierto. Vosotros tenéis la última palabra