¡Mis queridos palomiteros! ‘Mil amaneceres’: Excelente Carlos Manrique, brillante Alonso de Santos. Mentha Teatro tiene en su catálogo de obras teatrales otra joya del reconocido don José Luis Alonso de Santos, el último Premio Max de Honor 2022. Se trata de Mil amaneceres, su último regalo a la literatura y el teatro español, que por fortuna podemos disfrutar gracias a don César Gil, responsable del proyecto, que ha asumido la dirección de escena.
El libreto, planteado en formato de polifórmico e intenso monólogo histórico a modo de flashback, requería de un gran actor que se pusiera al frente de tan hermosa historia. Pues bien, don Carlos Manrique Sastre, con su afinado y plástico trabajo interpretativo, no desdice en absoluto ni de la dramaturgia ni de la dirección de escena. Atención, amigos, porque ha nacido una estrella.
‘Mil amaneceres’: Excelente Carlos Manrique, brillante Alonso de Santos
Mil amaneceres se sitúa en la Castilla española del siglo XVII. El actor Antón Toledo ha muerto. Para despedirse de él acude el impetuoso Benjamín quien, a sus 30 años, se ha convertido en un autor de éxito. Ante el féretro, como homenaje al fallecido, recuerda sus andanzas y vivencias durante los mil días de condena en galeras, donde lo conoció siendo un adolescente.
Hoy día nos hallamos ante uno de esos momentos de la historia del teatro español, donde lo que gran parte del imaginario colectivo calificaría de antiguo, ñoño o aburrido, ahora renace de nuevo en todo su esplendor, sin que haya cambiado un ápice su sentido y su significado. Y eso es lo que hace que Mil amaneceres, ambientado en el Siglo de Oro, o en el más popular denominado Siglo del Barroco, brille con luz propia.
¿Por qué? Porque el texto de Alonso de Santos es de una pureza abrumadora, porque en cada una de sus frases todo lo hace nuevo, nos hace viajar en el tiempo por lugares insospechados… Y porque César Gil ha sabido trasladar a las tablas, con tiento y determinación, la misma cadencia y calidez las palabras del primero. Asunto, por cierto, que no siempre está al alcance de todos. Entre otras cosas, por lo que supone tener un marcado acervo cultural sobre la historia y la época en la que se desarrollan los acontecimientos. Es decir, que si no hay Cultura, no hay nada. Y en este montaje hay mucho de ella. Brota a borbotones.
Por otro lado, como ya he apuntado, el texto que ha dramatizado con gran elegancia y dominio escénico Carlos Manrique -repleto de aristas- no es una propuesta teatral al uso. Sino más bien un límpido ejercicio teatral -muy bien de ritmo y de tempo dramático- donde el intérprete -además de hacer las veces de narrador- se introduce en varios personajes como permita cualquier don.
El texto de Alonso de Santos es de una pureza abrumadora, en cada una de sus frases todo lo hace nuevo
Llama la atención la facilidad con la que se va transformando -qué sabroso resulta el teatro de cerca- con apenas elementos de atrezzo, en cada uno de ellos. O mejor dicho: en cómo el actor consigue transmitir todas las emociones de dichos personajes. En este sentido, Manrique se presenta en la escena ataviado con vestuario y actitudes propicias respecto de la historia. En ella, y valiéndose de los escasos elementos escenográficos (sombrero de paja, mástil del remo, por ejemplo) a su disposición, nos da una lección de recorrido gestual -atención al lenguaje del rostro- apabullante. Bravo por su resultado armónico y por el gran trabajo con los discursos sobre el silencio.
A tan buen acabado en forma y fondo, contribuye la dirección de escena del experimentado César Gil -responsable del grupo teatral El Barracón-, de quien podemos percibir su personalidad y estilo propio en el oficio, especialmente acentuado por acreditada experiencia en la dirección de actores.
Su propuesta para la puesta en escena -permitidme la cacofonía-, en apariencia sobria, pero con buena atmósfera y ambientación gracias a los oportunos chorros de humo, y flanqueada a izquierda y derecha por muebles de madera -ataúd, cruz, reclinatorio-, entre otros, preludian el conflicto religioso que se ve potenciado por la proyección en el foro de imágenes en blanco y negro, dibujadas con precisión y fácilmente reconocibles, que van dando paso a las escenas que vertebran el drama. Todo ello subrayado por un eficaz diseño de luces y de música incidental.
A tan buen acabado en forma y fondo, contribuye la dirección de escena del experimentado César Gil -responsable del grupo teatral El Barracón-, de quien podemos percibir su personalidad y estilo propio en el oficio, especialmente acentuado por acreditada experiencia en la dirección de actores
En cuanto al texto de Mil amaneceres -del popular guionista y dramaturgo, José Luis Alonso de Santos –Premio Nacional de Teatro 1986– con una amplia y variada trayectoria de teatro (La estanquera de Vallecas, Bajarse al Moro, Salvajes) y después exportada al cine-, es de una gran belleza, de una delicada caricia en el alma, valiente y optimista -goza de una preciosa arquitectura dramática cargada de símbolos- donde se dan cita los personajes más singulares de la época, que tienen su reflejo en el clero, la corte, la picaresca de Lázaro de Tormes, la comedia itinerante…, y todo ese sabio y valioso universo, casi en desuso, cuyo territorio conoce el autor al dedillo, que lo explora y exhibe con su talento habitual, es decir, el talento de los genios.
Así las cosas, les recomiendo este excelente dechado de virtudes, este homenaje a la palabra, este reluciente retablo sobre el amor al teatro y este elogioso canto a la amistad, disfrutable para todos los públicos, que debería estar programado, como mínimo, para toda una temporada. Porque hay espectáculos que, obligatoriamente, hay que ver una y otra vez. Tanto para sanear el alma como el cuerpo, al menos otros mil amaneceres. ¿Hay quién dé más?
Próxima función, martes 22 de diciembre a las 20 horas en el Teatro Nueve Norte. Siguientes funciones, todos los martes de febrero a las 20 horas en la misma sala.