¡Mis queridos palomiteros! ¡Ay, Carmela!: Pepón Nieto y María Adánez impecables en el Bellas Artes. En 1986, el laureado dramaturgo valenciano José Sanchis Sinisterra –Premio Nacional de Teatro en 1990, Premio Max al mejor autor teatral en castellano en 1999 y Premio Max de Honor a toda una carrera en 2018– escribe ¡Ay, Carmela!, libreto cómico-dramático que le ha proporcionado grande y justa fama desde que lo terminó.
Tanto es así que probablemente sea el texto teatral español más icónico de nuestra historia reciente, que se ha convertido de inmediato en un gran clásico al que se recurre a menudo. De hecho, el mismo año de su publicación (1987), el recientemente desaparecido director de cine español, Carlos Saura, trasladó su texto a la gran pantalla y el filme se alzó con 14 Premios Goya.
¡Ay, Carmela!: Pepón Nieto y María Adánez impecables en el Bellas Artes
Desde entonces, y tras recorrer medio mundo –incluso con versiones musicales–, además de Andrés Pajares y Carmen Maura, que encarnaron en el cine a sus dos protagonistas, Paulino y Carmela, otras grandes figuras de la escena española han otorgado un carácter nuevo al libreto de Sinisterra en el teatro.
Son los casos de José Luis Gómez, que la dirigió y protagonizó junto a Verónica Forqué, o los de las parejas artísticas Eduardo Velasco, Daniel Albadalejo y Elisa Matilla, Verónica Forqué y Santiago Ramos, Elisa Matilla y Jacobo Dicenta, Eusebio Mateo y Mayte Sierra, o Pepón Nieto y María Adánez, la última pareja en dar vida a estos sabrosos personajes, dirigidos ahora por el maestro José Carlos Plaza en el Teatro Bellas Artes de Madrid -a cuyo frente se encuentra don Jesús Cimarro, donde se podrá ver hasta el 11 de junio.
Por su lado, ¡Ay, Carmela! cuenta la historia de una compañía de variedades –integrada por Carmela y Paulino, una mujer y un hombre republicanos que recorren España en una tartana– que cruza, por error, la línea que separa a los dos bandos durante la guerra civil española, ambientada en marzo de 1938.
Inesperadamente, se encuentran con las tropas nacionales, que acaban de tomar la villa de Belchite, en Teruel. Una vez allí estarán obligados a improvisar una función teatral, en honor a las tropas vencedoras. Los fascistas italianos que dominan la zona les piden que amenicen una velada a la que asistirá el general Franco y los prisioneros de las Brigadas Internacionales, que serán fusilados al amanecer.
Hay que poner en valor la afinada definición escénica de los dos mundos tan distintos y tan próximos al tiempo en los que conviven Carmela y Paulino, es decir, la fantasía y la realidad. Incluso la aproximación a un mundo que trasciende, asumido con total normalidad, es uno de los hallazgos más interesantes y enjundiosos del drama
La versión que nos ocupa de ¡Ay, Carmela! desarrolla con sabiduría e inteligencia el relato amoroso y profesional de la pareja de cómicos. En este sentido, tanto Pepón Nieto –que da vida a Paulino– como María Adánez –que interpreta a Carmela– demuestran ser unos actores de raza, de gran talento, que afrontan y defienden con pasión cada una de sus escenas, con la dificultad que entraña, además, cantar en directo –con números musicales vistosos bastante dignos– sin perder un ápice el carácter de sus personajes durante las casi dos horas en que se desarrolla la historia sin interrupción.
Por su lado, el televisivo Pepón Nieto encarna a Paulino, un perfecto hombre apocado, servil, borrachuzo, superado por la apasionada Carmela (María Adánez), decisiva, vulgar, vehemente, simpática, cabezona y de pocas luces.
La pieza se va construyendo sin prisas, con pulso firme para que no decaiga el ritmo, ni las intenciones de la dramaturgia. De esta manera, Plaza logra que el proceso histórico de camino al clímax sea otra demostración de sus virtudes
Su química, que bien podemos poner al mismo nivel del buen estilo de otras grandes obras de teatro como Palabras encadenadas (Jordi Galcerán, 1995), Pareja abierta (1983), del matrimonio italiano Darío Fo y Franca Rame, o Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? (Adolfo Marsillach, 1981)– y el modo que tienen de conectar los actores con el público –muy bien aprovechada la ruptura de la cuarta pared desde su puesta en escena–, consigue que la obra se mantenga en igual altura dramática durante todo el espectáculo, atravesada además por el exquisito clasicismo que caracterizan a la mayoría de los trabajos de José Carlos Plaza, lo cual ha favorecido la aparición de momentos de gran belleza y brillantez.
De hecho, la pieza se va construyendo sin prisas, con pulso firme para que no decaiga el ritmo, ni las intenciones de la dramaturgia. De esta manera, Plaza logra que el proceso histórico de camino al clímax sea otra demostración de sus virtudes.
Además, hay que poner en valor la afinada definición escénica de los dos mundos tan distintos y tan próximos al tiempo en los que conviven Carmela y Paulino, es decir, la fantasía y la realidad. Incluso la aproximación a un mundo que trasciende, asumido con total normalidad, es uno de los hallazgos más interesantes y enjundiosos del drama. Por ello no es de extrañar que esta versión ¡Ay, Carmela! se luzca en muchas escenas, como aquella de las disputas entre la pareja de enamorados, o esa otra de la defensa a ultranza de la dignidad perdida, de defender unos ideales en un ambiente hostil.
A todo ello contribuye la sabia dirección de actores, la conseguida planificación de las escenas, el espacio sonoro (Víctor Elías y Javier Vaquero) –tanto del tono del quejido como del alegre–, la iluminación (Javier Ruiz de Alegría) –que consigue entre sombras, luces y penumbras, tonalidades y ambientes adecuados a los distintos espacios, una atmósfera dramática unas veces, lúdica otras– muy acertada. Ambientada siempre en el mismo lugar, ¡Ay, Carmela! parte de una puesta en escena de tono barroco, colorista, con gran profundidad de campo, que ayuda, aún más, a completar la autenticidad del relato.
Tanto Pepón Nieto –que da vida a Paulino– como María Adánez –que interpreta a Carmela– demuestran ser unos actores de raza, de gran talento, que afrontan y defienden con pasión cada una de sus escenas, con la dificultad que entraña, además, cantar en directo –con números musicales vistosos bastante dignos– sin perder un ápice el carácter de sus personajes durante las casi dos horas en que se desarrolla la historia sin interrupción
A su vez, aunque no de manera tan intencionada, queda también bien resuelta la idea de dejar en buen lugar al teatro dentro del teatro o el perfecto acabado estructural del espectáculo, narrado a modo de flashback, que justifica, perfectamente, todas las acciones de su protagonista al comienzo de la función.
Queda retratado, pues, un espectáculo luminoso, que vibra con las deslumbrantes interpretaciones de Pepón Nieto y de María Adánez. De visita obligada. Muy, pero que muy recomendable.