‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués
Blog: Palomitas de Maíz

Nacho Guerreros y Kike Guaza, impecables en ‘Juguetes rotos’, la maravillosa historia de Carolina Román en torno al ser y el sentir humanos, que arrasa en los escenarios de medio mundo desde hace 5 años

¡Mis queridos palomiteros! ‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués. Muchos sabéis que desde que me lancé al periodismo cultural, y más en concreto al territorio de la crítica, he renunciado, y renuncio, a leer las descripciones argumentales, tanto si vienen del cine como si vienen del teatro.

Sencillamente, deseo descubrir la obra que se me pone enfrente sin que se me anticipe nada. Entre otras cosas, porque ese elemento me facilitaría poner mi mirada en el punto de vista de marras. Y creo que quien se pone delante de una obra audiovisual, o teatral, o de pura narrativa ha de estar siempre al margen. De esta manera, evito la sorpresa, el McGuffin hitchcockiano, si se me permite la expresión, sobre la importancia de lo irrelevante.

‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués

¿Y por qué os cuento todo esto? Porque ayer descubrí algo insólito en el Teatro Pavón. Allí se está representando, hasta el 30 de julio, el maravilloso drama Juguetes rotos, una sutil aproximación al mundo de las apariencias, de la sexualidad reprimida, que no es otra cosa que vivir encerrado en un lugar que no te corresponde. O dicho de otro modo: te corresponde, pero no puedes manifestarte a las claras.

‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués

En esencia, Juguetes rotos (no tiene nada que ver con la película española de título homónimo de Manuel Summers de 1966), gestionada por Producciones Rokamboleskas -productora teatral y audiovisual de Nacho Guerreros y Fabián Ojeda– es la historia de Mario y Dorin.

Mario (Nacho Guerreros) es peluquero, un hombre sencillo, sensible, oriundo de La Rioja. En su pueblo le gusta cuidar de las palomas, pero marchó a la ciudad a buscarse un futuro mejor y lleva una vida sin complicaciones.

Por su lado, Dorin (Kike Guaza), sin embargo, es una transexual atrevida que se mueve en el entorno del mundo del cabaré y se pone frente a él para que reaccione si no está satisfecho con su vida. Y, claro, la vida no es fácil para ninguno de ellos, si la pieza se ambienta en la España franquista.

‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués

Todo este periplo vital que ambos desarrollan, se ve atravesado por infinidad de vicisitudes que van trasformando la mentalidad de Mario, pero que se exhiben sin alharacas, sin reproches, sin consignas ideológicas

La grandeza de Juguetes rotos no pesa tanto por su contexto histórico como por la vigencia que, hoy día desgraciadamente, tiene su mensaje final, que es la oportunidad que la sociedad tiene a su alcance de descubrir historias tan vitales como emocionantes y a ratos simpáticas para ponerles remedio. ¿Cuánto pesa la felicidad?

Así es como ha armado la historia con gran sutileza e inteligencia -desde la escritura y la dirección- Carolina Román, para cuyo viaje ha contado con el talento de dos genios acreditados de la interpretación como son Nacho Guerreros y Kike Guaza. Todo este periplo vital que ambos desarrollan, se ve atravesado por infinidad de vicisitudes que van trasformando la mentalidad de Mario, pero que se exhiben sin alharacas, sin reproches, sin consignas ideológicas. Más bien el relato se narra desde la pausa, desde la reflexión, desde el mundo que les juzga -y condena- sin necesidad. Por ello, me parece muy reseñable el tono empleado en el drama, con un sinfín de juegos metateatrales y escénicos de gran valor y significado, donde no importa tanto la acción en sí como los efectos de esas acciones.

‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués

En cuanto a la escenografía, Juguetes rotos no necesita más que un desvencijado palomar en formato de mosaico situado al foro, y dispuesta en dos calles, para dar voz a un todo. El resto es asunto del elocuente trabajo con la técnica: voces en off, luz, vestuario, que son todo un hallazgo de plástica escénica.

Me parece muy reseñable el tono empleado en el drama, con un sinfín de juegos metateatrales y escénicos de gran valor y significado, donde no importa tanto la acción en sí como las efecto de esas acciones

Juguetes rotos, pues, es un gran espectáculo, entre otras cosas porque consigue mantener el equilibrio en todo momento, lo cual pasa por mencionar la química que mantienen sus dos intérpretes, merecidamente muy premiados, dado que realizan unas interpretaciones de fábula. A lo cual se suma el excelente trabajo con la dramaturgia y las dotes de Carolina Román como directora de actores: ideal mecanismo de relojería que hace que Juguetes rotos fluya y funcione con un resultado redondo.

Cartel promocional de Juguetes rotos | ‘Juguetes rotos’: Ser y sentir a mi manera sin importarme los porqués