5 pelis en el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza
Blog: Palomitas de Maíz

5 motivos de cine para conmemorar el Día Internacional contra la Erradicación de la Pobreza

¡Mis queridos palomiteros! 5 pelis en el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza.

Hoy, como cada 17 de octubre, recordamos al Día Internacional contra la Erradicación de la Pobreza, que fue reconocido por las Naciones Unidas en 1992, pero la primera celebración de dicho día tuvo lugar en París en 1987, cuando más de 100.000 personas se reunieron en la plaza del Trocadero para manifestarse a favor de los Derechos humanos y la libertad en honor a las víctimas de la pobreza, el hambre, la violencia y el miedo.

Y, por todo ello, el cine no iba a quedarse al margen. Ha dado voz a esta sucesión de catástrofes, incluso anteponiendo la felicidad en sus historias, a pesar de que su contexto sea de extrema gravedad. Naturalmente, la producción de títulos cinematográficos al uso es inmensa. Hoy nos vamos a centrar en cinco de ellos que expresan con suficiencia los sinsabores de quienes están instalados en el rostro del desproporcionado reparto de la justicia.

5 pelis en el Día Internacional de la Erradicación de la Pobreza

Slumdog Millonaire (Danny Boyle, 2008)

La película se alzó con 8 de los 10 Oscar a los que aspiraba. Rodada casi en su totalidad en Bombay, está protagonizada por actores hindúes. Basada en la novela Q & A, de Vikas Swarup, sigue los pasos de Jamal Malik. Se trata de un joven que está a un paso de ganar 20 millones de rupias en el concurso ¿Quién quiere ser millonario?

El hecho de que ni jueces, ni médicos, ni profesores pasaran nunca de las 60.000 levanta suspicacias. Nadie sabe cómo Jamal ha llegado tan lejos en el show.

Slumdog Millionaire es un filme que provoca sensaciones, que conmueve, emociona, alegra. Y entristece también de una escena a otra, de una aventura de Jamal a la siguiente. Por si no fuera suficiente, Boyle ha logrado el espectacular milagro de extraer de la miseria, fantasía, y de ésta, ilusión y esperanza.

Por otro lado, la cinta cuenta con un guion sobresaliente, una narración dinámica, vibrante, inmaculada. Además de un ritmo arrollador, una estética atractiva, una banda sonora impactante. O unos actores en su salsa, un director convencido de la potencia de su obra…

Son todos los ingredientes de esta fábula moderna memorable, que pasa de la denuncia social al documental. Y del thriller de acción más trepidante al drama íntimo e intimista. Sin olvidarse, cómo no, de la comedia romántica, la aventura, e incluso el musical.

Naturalmente, y como es lógico, a todo ello se asocian de manera automática multitud de planteamientos en torno a la dualidad moral o la esperanza de futuro. Y de este modo queda sutilmente equilibrada la balanza entre mera acción y discurso reflexivo. Una joya para ver más de una vez. Máxime en los tiempos actuales.

Joseph, el rebelde (Caroline Glorion, 2011)

La película está ambientada en los años 50, en el barrio de chabolas de Noisy le Grand a las puertas de París. Un puñado de familias sobreviven en refugios improvisados entre la pobreza extrema y la violencia cotidiana.

Joseph Wresinski decide instalarse en medio de aquellos a los que llama “su pueblo”. Entre estas familias, está la de Jacques. Su vida se va a transformar a través de su encuentro con Joseph Wresinski. La suya y también la de aquellos que se van a unir al combate de este cura que revolucionó con su acción la lucha contra la pobreza extrema de su tiempo.

Un combate contra la asistencia y la caridad que, según sus palabras, “hunden a los pobres negándoles la dignidad”. La opción radical de Wresinski coincide con el nacimiento de la Unión Europea, fundada también en París, con la firma del Tratado de la CECA en 1951.

Dheepan (Jacques Audiard, 2015)

Rodado en 2004 y distribuido en cines por Vértigo Films, el filme fue escrito y dirigido por este afamado autor galo, responsable de Lee mis labios (2001), Un profeta (2009) o De óxido y hueso (2012), que merecidamente recibió hace nueve años en Cannes la Palma de Oro, es decir, el máximo galardón.

La película es la adaptación libre de Las cartas persas de Montesquieu. En ella se explica que para huir de la guerra en Sri Lanka, un ex-combatiente, una joven y una niña se hacen pasar por una familia tradicional, pese a no conocerse de nada. Refugiados en los conflictivos suburbios de una ciudad de Francia, tratarán de construir una nueva vida juntos.

La mayor parte de las películas que presentan el tema de la inmigración como eje central de la trama denuncian el sufrimiento de los exiliados y resaltan la hipocresía de una sociedad occidental acostumbrada a mirar para otro lado. El objetivo de todas ellas es bueno: despertar conciencias. ¿En qué radica el triunfo de Dheepan frente a muchas de ellas? En su renuncia al victimismo facilón y al estereotipo.

Además, Audiard establece una analogía entre el comportamiento violento de dos sectores culturales muy diferentes en situaciones igualmente distintas: la Guerra Civil de Sri Lanka, donde los ciudadanos luchaban contra la discriminación y el sistema de castas, y la guerra de bandas rivales en los suburbios parisinos. Y es que en este tratado sobre el hombre y la violencia debemos apuntar que si ésta se manifiesta abiertamente no es como componente morboso sino como consecuencia.

La película en su conjunto es una obra sólida, creíble, desbordante de autenticidad y sentimiento, al estilo del mejor Ken Loach, de ambigüedades y preguntas sobre la humanidad y el civismo. Los personajes de Dheepan no son buenos o malos, son personas hipotéticas tal cual las han hecho las circunstancias de sus vidas, reprochables o desagradables hasta lo insoportable, pero humanas. Y eso es algo muy grande.

Yo, Daniel Blake (Ken Loach, 2016)

Esta sólida crónica social cuenta con un guion de su colaborador habitual, el escocés Paul Laverty, y la modesta producción goza de una excelente factura técnica que pone el acento en la edificante historia del ser humano. Daniel Blake es un veterano carpintero que debido a una enfermedad cardiaca se ve en la obligación de cesar su trabajo. Pero su pesadilla empieza cuando la administración le niega el subsidio de invalidez.

Es cierto que la etapa transgresora de Ken Loach ya pasó. Pero él ha desgastado su vida defendiendo a la clase social menos favorecida. Por ello, no tendría tanto sentido hablar de transgresión para referirnos a su cine, como de resistencia. Y es que su discurso cinematográfico redunda en una tenacidad admirable. No en vano se le conoce habitualmente como el padre del cine social.

Con Yo, Daniel Blake, Loach vuelve a orientar su arte hacia la experiencia de lo real, utilizando al cine como herramienta política definitiva. De hecho, Daniel Blake representa el compromiso social, político e histórico que este realizador mantiene hacia sus personajes, seres acosados a diario por las injusticias burocráticas, y al tiempo compone un teatro del proletariado cuya manifestación se enfrenta a la cultura popular dominante y estereotipada. Además, Ken Loach se apoya en una amplia variedad de elementos narrativos y en otras técnicas de filmación convencionales que le han permitido empatizar con sus personajes de modo muy especial.

Por si no fuera suficiente, también convierte el espacio urbano en un contexto fundamental para el desarrollo de las relaciones humanas. Y si algo queda demostrado en Yo, Daniel Blake, es que la unión del pueblo es la única manera de hacerse oír ante las injusticias.

Un asunto de familia (Hirokazu Koreeda, 2018)

Hermosa y atípica fábula sobre los lazos familiares. El filme arranca con la historia de Osamu, cabeza de familia, quien no tiene recursos económicos para sacarla adelante. Para poder sobrevivir se dedica a hacer todo tipo de hurtos que le sirva para conseguir comida y los víveres necesarios.

Tras uno de estos robos, Osamu y su hijo Shota se encuentran a Yuri, una niña abandonada en la calle y muerta de frío. Inicialmente, la esposa de Osamu, Nobuyo, no quiere que se quede con ellos, pero la niña demuestra ser muy dulce y terminan por aceptarla como un miembro más de la familia.

Sin embargo, la investigación sobre la joven desaparecida, dado que no han considerado que su acción suponga un secuestro, pondrá en peligro a su familia de acogida.

Desde su vital De tal padre tal hijo (2013), en la que Koreeda (entrevista) empieza a explorar con hondura dramática a la familia, el director japonés vuelve a reivindicar ahora la cultura de la familia, la cultura del encuentro, con todas sus aristas, precisamente por la importancia que le otorga a la relación padre-madre-hijos.

Y esta vez lo hace mostrando sin remilgos su oposición frente a la injusticia social, algo que ya apreciamos en Nadie sabe (2004), otro de sus grandes dramas sociales sobre el tema. En Un asunto de familia, el director de Nuestra hermana pequeña (2015) demuestra que la generosidad, la donación al otro, la entrega, pueden renacer incluso en situaciones de indigencia y necesidad. De hecho, es en este punto donde Koreeda plantea un modelo de familia arriesgado pero edificante, que antes el cine no había plasmado.

Otra de las virtudes de Un asunto de familia -además de su evocadora puesta en escena y su representativa banda sonora- son sus personajes por cómo están construidos sus complejos perfiles -con diálogos sólidos- y que talento derrochan los actores que los interpretan, niños incluidos. Y todo ello queda coronado por la autenticidad que desprende el filme, por asimilar con naturalidad los reveses con que se presenta la vida y concluir que la familia los asume y además no deja de ser feliz por ello.

Nos hemos equivocado al creer que tras Después de la tormenta (2016) Koreeda lo había dicho ya todo sobre la familia. Lo que está muy claro es que el significado de la paternidad en el siglo XXI aún tiene muchas vías de expansión y pronunciamiento.