Muchos han sido los rumores acerca de la salida de Carine Roitfeld de Vogue Paris. Que si había ayudado a la firma italiana Max Mara (para la cual supuestamente hacía ‘consulting’) a hacerse con patrones de Balenciaga; que si el grupo LVMH le dio un toque a altos cargos de Condé Nast por el número de diciembre, que parece un publirreportaje de Tom Ford, y donde quedan a un lado las marcas del conglomerado de moda más potente del mundo; que si elaboró una editorial de moda con menores de edad con muy poco tacto; que si, que si…
Yo quiero debatir otro punto que me interesa más que los rumores. Quiero saber si está bien el convertir una revista en una publicación tan personal que más que una revista parece un diario íntimo. Porque esto es lo que ha hecho Madame Roitfeld con Vogue Paris.
He trabajado con muchas directoras y cada una tenía su forma de ver las cosas. Mi primera jefa fue la hoy difunta Fiona Macpherson, directora de la revista londinense Harpers & Queen. Era la directora con menos ego que he conocido. Amaba su trabajo y dijo muchas veces que si hubiese podido hacerlo desde el anonimato, lo hubiese hecho. Para ella, lo importante era la revista y más importante aún su lector. Quería hacer una publicación exclusiva, pero nunca excluyente y pretendía llegar a todo el mundo de una forma u otra. Siempre admiré su poco afán de protagonismo o lo que se conoce en inglès como ‘low profile’.
En la larga lista de directoras con las que he trabajado o las que he conocido durante mis años en el mundo de la moda, Fiona Macpherson fue una » rara avis «. La mayoría tiende a figurar en los medios y protagonizar anécdotas que parecen sacadas del libro El diablo viste de Prada.
Y entonces yo me pregunto cuál es el modelo a seguir. Está claro que la carismática Carine, con su porno chic y sus calendarios eróticos, y su sello de identidad plasmado en cada página, vende ejemplares, y muchos. ¿Pero cual es el modelo más sostenible a largo plazo?
¿Es la publicación la que define a la directora o la directora quien define a la publicación? Porque en el caso de Carine, Vogue Paris se convirtió poco a poco en un escaparate del lifestyle de la gente que la elaboraba. Las vidas de Carine, de sus amigos y la de sus estilistas ‘ultra cool’ que usaban siempre la ropa que les gustaba a ellas, dejando de lado muchas veces a los anunciantes. Ojear un ejemplar de Vogue Paris en estos últimos años se había convertido en un acto de voyeurismo para el lector.
La culminación de todo fue la portada de diciembre, o lo que es lo mismo, el regalo de navidad de Carine a su amigo Tom Ford, y que los demás nos podíamos comprar si nos apetecía. ¿El titular? Su dedicatoria de Navidad: «Joyeux Noël monsieur Ford», la cabecera de Vogue Paris, hasta sobraba…