Mi primer curso de informática en el colegio fue cómo dar órdenes a una tortuga que había sobre la pantalla. Vivía en Nueva York, el ordenador era un Apple y el programa LOGO.
Lo primero que me enseñaron fue a encender el ordenador. Nunca había visto uno antes de ese día. Había que buscar en la parte de atrás del Apple IIe y darle a un pequeño interruptor. El siguiente paso, insertar el disquette de Logo. Entonces aparecía un pequeño triángulo en la pantalla… era la tortuga Apple. Nos enseñaron a escribir órdenes o «commands» como «Forward 100» «Left 90» y la tortuga iba creando formas geométricas sobre la pantalla con un trazado verde. Era todo muy 80s.
Mi primer ordenador fue un Apple IIc Plus. Mis padres le preguntaron a mi profesor de informática qué debían comprar y tuve la gran suerte de que fuese un fanático de Apple. Entre otras cosas lo usaba para escribir mi diario (tenía 11 años y ya era muy de informatizar todo) y algunos deberes del colegio.
Mi primer periódico lo maqueté con uno de los Apples de la sala de ordenadores del colegio, un proyecto que hicimos para la clase. Era más bien un ‘fanzine’ solo tenía una página.
Steve Jobs y su manzanita de colores (hoy en su versión más ‘cool’ en tonos grises), son los responsables de muchas de mis primeras experiencias con el mundo de la tecnología.
Más tarde llegaron a mi hogar el iPod, el MacBook, el Nano, el MacBook Air (sobre el cual estoy escribiendo), el Shuffle, el iPhone y el iPad. Me ganaron por su estética atractiva, por su ‘packaging’ minimalista, su filosofía «user friendly» y porque nunca me han dado ni un solo problema.
Cada uno tiene su historia particular y su lugar en mi vida. Ayer, la vida de su creador, Steve Jobs, llegó a su fin. La ‘homepage’ de Apple está hoy dedicada a su memoria. Su legado perdura y me quedo con sus palabras, que al igual que sus creaciones, también han marcado un rumbo en mi vida: «stay hungry, stay foolish».