Hay cosas que no se pueden comprar, ni con todo el dinero del mundo (toma nota Abramovich). Entre ellas está el acudir al estreno de una película en el festival de Cannes y vivir la experiencia de subir las escaleras forradas de alfombra roja ,que llevan al faraónico Palais des Festivals, seguida de Nicole Kidman.
Todos los días se presentan las películas que compiten para la Palma de Oro del festival, que transcurre en esta pequeña localidad del sur de Francia. El ritual es siempre el mismo. Los actores principales y el director de la película que se proyecta, acuden al estreno, para realizar lo que los francesas llaman «La montée des marches», o lo que es lo mismo, subir las escaleras.
Los actores y sus séquitos se alojan en los hoteles cercanos a La Croisette. Desde la mañana el «hall» de estos hoteles son un vaivén de botones y estilistas con infinitas bolsas, que pueden llevar desde joyas de precios incalculables, hasta zapatos, o trajes de noche.
Mi cita era en el bar del hotel Majestic, con Alexis Mabille, el diseñador de alta costura parisino. Ahí brindamos con un Cointreaupolitan antes de dirigirnos hacia el estreno de «The Paperboy». Y mientras charlábamos distendidamente, pasaron la estilista Anna dello Ruso (que iba dirección a la Gala de Amfar que era esa misma noche), Nina Dobrev, de «Crónica Vampíricas» (de mal humor porque se le había roto el vestido que llevaba y tenía que cambiarlo por otro) y Matthew McConaughey y su novia Camila Alves, que iban al mismo estreno que nosotros. ¿Llegamos tarde? Salimos corriendo.
Para que os hagáis una idea, desde mi suite del hotel Majestic veía el Palais des Festivals. Estaba básicamente cruzando la calle, en la acera de enfrente al hotel. Pero había tanta gente en la calle, tantos policías controlando el tráfico, y tantas calles cortadas, que en vez de tardar dos minutos en cruzar andando, tardé 15, y no tiene nada que ver con la altura de los tacones. Los curiosos colapsan las aceras, tanto, que han tenido que delimitar una zona especial para la gente que viene a ver las estrellas. Llegan de madrugada el primer día del festival y dejan sillas y escaleras para coger sitio.
Una vez pisas la alfombra roja, te van gritando los organizadores de un lado y otro para que te des prisa en entrar, porque llegan las «celebrities» (que son las que interesan). Lo que más impacta es ver a 400 fotógrafos perfectamente alineados a cada lado de la alfombra, y todos rigorosamente vestidos de esmoquin. Los franceses, que cuidan mucho la estética, saben que los paparazzi acaban saliendo en las fotos, porque están a los dos lados de la pasarela de famosos. Por ello, y para evitar que haya una masa de gente con indumentaria ecléctica, han impuesto este «dress code» inamovible.
Una vez que llegas a las escaleras te das cuenta que la alfombra roja está impecable. Y es que se toman el trabajo de cambiarla todos los días para que no tenga manchas, ni rotos. Eso sí, una vez dentro del teatro, donde ya no se hacen fotos, todo es bastante aséptico y feo. Se podría comparar a un centro de convenciones anodino de los años 80.
Los «afterparties» de Cannes son legendarios, quizás porque hay tanto famoso suelto, y es casi imposible no encontrarse con alguno. Pero me quedo con la experiencia de «La montée des marches», como dirían los de American Express, «priceless» (no tiene precio).