La primera vez que oímos hablar de la mascota de Karl Lagerfeld, la gata persa Choupette, fue a través de su Twitter. Hace poco el diseñador declaró a WWD, que el gatito era un regalo de Baptiste Giabiconi para otra persona y que se suponía que tenía que cuidarlo unas semanas, antes de entregarlo. Pero Karl se enamoró y no quiso devolvérselo a Baptiste.
Bajo la tutela de Karl, la gata se ha convertido en una de las mascotas más mimadas del planeta. No pisa la calle, come sobre la mesa del comedor, posee su propio iPad para jugar, y tiene dos personas de servicio a su disposición. Estas personas se encargan de escribir un diario donde redactan todo lo que hace la gata en ausencia de Karl, para que el orgulloso papá no pierda detalle de su vida. Dice tener 600 páginas sobre la vida de la gatita y se está planteando publicar los diarios de Choupette en breve.
La Choupette-manía ha llegado a tal punto que hasta tiene su propio Twitter, aunque al no estar verificado, no sabemos si lo escriben desde el estudio de Karl o si es una suplantación de identidad.
Nosotros vemos tres problemas con Choupette. La gata que ya tendrá unos nueve meses, está igual que el primer día. ¿Será que Karl ha conseguido la fórmula de parar el crecimiento de los animales, para que gocen de la eterna juventud y se queden en estado de cachorros de forma permanente? ¿Serán las cremas de Chanel? ¿Será una gatita bonsai? ¿Será que el diseñador ha dado órdenes estrictas de que Choupette no puede crecer y la gente de servicio se dedica a cambiar la gata, una y otra vez, por otra nueva, cuando la ven mayor? ¿Será que la gata, junto con otras cinco iguales, fueron disecadas hace tiempo, y existen poses diferentes de ellas para cada actividad (Choupette comiendo, Choupette haciendo sus necesidades, Choupette durmiendo, Choupette con la pata encima de su iPad)?
Ante estas incógnitas, solo nos queda lanzar un mensaje en Twitter: #freechoupette.