Argentina es el nombre, Maradona su apellido

Argentina es el nombre, Maradona su apellido

Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

"Todos lo podemos mirar y pensar que podríamos estar mirándonos en el espejo. Todos tenemos defectos. La mayoría de nosotros no lo admitimos". Jimmy Burns Marañón, autor de "La Mano de Dios", reflexionó así hace unas semanas en el XL Semanal de ABC sobre Maradona.

A Maradona había quien le rezaba en vida. Hay una Iglesia Maradoniana que impresionó a Emir Kusturica cuando indagó sobre ella. “Argentina es el nombre, Maradona su apellido”, proclamó una vez uno de sus sacerdotes. En Nápoles le hacen capillas donde guardar sus pelos y las lágrimas de quienes le echan de menos. En casi cualquier rincón del Mundo -sobre todo en los rincones de los menos favorecidos- se puede encontrar una imagen suya. Un recuerdo suyo sobre el que cimentar un sueño en la mayoría de los casos imposible.

Porque Maradona es un icono. De niño quise hacer sobre el campo lo que él hacía con una pelota roja que todavía conservo por si algún día me da tiempo a intentarlo una vez más. Quise trazar una línea recta que uniera su mundo perfecto y el mío. Nunca supe las imperfecciones de su mundo hasta que conocí las imperfecciones del mío. Imagino que eso nos ha acercado a los de mi generación a Maradona.

El 10 fue algo que muchos perseguimos como si fuésemos detectives. Nunca llegué a verle en un estadio en directo, pero puedo presumir de haber conocido a profesionales que se vistieron de corto a su lado. Hasta ahí llegué. Nunca lo tuve cerca ni soñé con entrevistarle. Dos cordobeses me dijeron que era muy buena persona. Uno fue Juanma Cruz, con el que coincidió ya cuando era entrenador en el Golfo Pérsico, y el otro Francisco Javier Carpio Pineda. Pineda me dijo que cuando jugaron con el Sevilla en la Bombonera, ya en el autocar, él se despedía saludando con el pulgar y la gente estaba colgada de las ventanillas desde fuera con el vehículo en marcha y pensaban que alguno se iba a matar. A Pineda le invitó un día a un asado el hombre del que todavía guarda su cromo en la cartera como si fuera una estampita divina.

Mientras escribo estas líneas ñoñas me llama Pepín. José Calzado, Pepín, otro cordobés, fue el jugador que mejor marcó a Maradona -según el propio Maradona- en España cuando militaba en el Real Valladolid. Estaba indignado por algunas cosas que se estaban diciendo sobre el recién fallecido. “Maradona se portó conmigo como si yo fuera mejor que él”, me repite con la voz entrecortada.

Maradona no entendía de jerarquías ni de normas. Su norma era el balón y el resto de su vida, imperfecta, era un constante fuera de juego. Un buen día Maradona se hizo amigo de Calamaro, o más bien sería al revés. Y resulta que Calamaro también dijo de él que era una gran persona y le dedicó una canción que yo me aprendí.

Y yo me creí que, aparte de ser mi ídolo con el balón (junto a José Luis Zalazar) también era una buena persona sin darme cuenta de que tampoco era necesario que lo fuera. Los criterios morales, por mucho que haya quienes se empeñen en estos tiempo en ello, no emborronan la obra de los artistas. Ni a tiros podría borrarse lo que consiguió.

Nunca en la historia del fútbol volverá a existir un jugador como Maradona porque ya no existe ese fútbol en el que tenía sentido la existencia de Maradona. Porque ya solo sirve lo que parece lógico. Porque ya todo es groseramente evidente. Tristemente perfecto. Campos iguales y jugadores de diseño. Porque ya nadie marcará un gol como el suyo en un Mundial. Y porque ya muchos nunca volveremos a soñar -maldito 2020- con ver a Maradona aunque sea para darle las gracias por hacernos querer al fútbol y por el tiempo -feliz- recordado.

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