Jaén - Publicado el
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En febrero de 1980 yo era un estudiante de filología en el Colegio Universitario que leía novela social andaluza. Por obligación -eran las lecturas establecidas en la asignatura de literatura que impartía mi querido José Luis Buendía-, pero también encontraba en aquellos libros el placer de la buena escritura. Siguen entre mis preferidos imperecederos tanto tiempo después “Dos días de septiembre” de Juan Manuel Caballero Bonald y “La zanja” de Alfonso Grosso. La gracia de Fernando Quiñones en “Las mil noches de Hortensia Romero”.
Tres años antes, en la final de la Copa del Rey entre el Betis y el Athletic de Bilbao, yo que ya era un colchonero recalcitrante, me había tomado como una cuestión personal y política el partido. Biosca, Cardeñosa y Alabanda. Esnaola, el portero del Betis paró el último lanzamiento del Bilbao y transformó el suyo. Estaba convencido de que había ganado toda la región. Mi tío Ismael llamó para hablar con mi padre y al coger yo el teléfono lo saludé con un espontáneo e inocente “si ellos tienen ikurriñas, nosotros tenemos la verdiblanca”.
En las carpetas de clase llevaba pegatinas con la bandera de Andalucía en las que lucía en mayúsculas “VOTA SÍ”. Nuestra canción de cabecera era aquella de Carlos Cano sobre la bandera andaluza. Igual que rezaba la letra, amábamos nuestra tierra, luchábamos por ella y nuestra esperanza era la bandera verde, blanca y verde.
Pero el 28 de febrero el referéndum para que la autonomía andaluza marchase por la vía fetén del artículo 151 de la Constitución se perdió porque en Jaén y en Almería no se logró el voto afirmativo de más del 50% del censo. Un recurso sobre los votos nulos consiguió que Jaén superase por la mínima el listón. Una reforma legal posterior salvó el caso de Almería. La euforia del momento histórico, junto con las exacerbadas controversias políticas, obvió el análisis sereno, que debería haber servido para el futuro, de por qué las dos provincias más orientales y apartadas de Sevilla, a la que se veía como el foco de un nuevo centralismo, fueron las más apáticas en el referéndum.
Han pasado cuarenta y cinco años. Andalucía ha cambiado. Para bien. Ni tanto ni tan deprisa como nos hubiera gustado. Yo sigo leyendo a Caballero Bonald, convencido de que los señoritos han cambiado de apariencia, pero sigue existiendo. No se me va de la cabeza que Jaén está discriminada. La ilusión y la esperanza, sin embargo, son las mismas que cuando joven confiaba en transformar mi tierra. Giennenses, andaluces, ¡Viva Andalucía libre!
Palabras, divinas palabras