Infancia Misionera con Jesús de Nazaret

Él era Dios, el Niño que salvaría al mundo pero sin dejar de ser precisamente eso, un niño

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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«Con Jesús a Nazaret, ¡Somos Familia!», este es el lema cono el que celebramos la Jornada de Infancia Misionera, en el tercer año del cuatrienio denominado «Con Jesús Niño a la misión». En esta etapa, el objetivo es contemplar al Niño Jesús en la localidad de Nazaret, donde vive y crece rodeado de familia y amigos. ¿Podemos imaginarnos cómo era esa vida familiar y social de Jesús? ¿Se podría parecer en algo su día a día al de los niños de ahora? Él era Dios, el Niño que salvaría al mundo pero sin dejar de ser precisamente eso, un niño.

Un pequeño como todos aquellos entre los que promueve la ayuda Infancia Misionera. En definitiva, el propósito de este día no es otro que los niños ayuden a los niños. La finalidad es promover la conciencia social para que los más pequeños que viven en lugares privilegiados, sean un apoyo y colaboren con quienes carecen de lo más básico para que, todos ellos, los niños, disfruten de su bien más preciado: la infancia.

Y en esta misma línea, como siempre que las circunstancias nos lo permiten, tratamos de ofrecerles el testimonio de algún segoviano o segoviana que desarrolle su labor fuera de nuestras fronteras. Nuestra intención hubiera sido traerles esta entrevista antes pero, ya saben, la situación sanitaria manda. Miguel Ángel Niño del Portillo es el misionero protagonista del espacio de entrevista de esta edición.

Él es segoviano, sobrino del beato Álvaro del Portillo y misionero comboniano, actualmente en el Congo. Allí desembarcó en 1980, donde lo primero (y lo más difícil) que hizo fue comenzar a conocer la lengua nativa con ayuda de otros misioneros. Previamente, entre los años 1971 a 1976 había desarrollado su labor evangelizadora en Togo, donde reafirmó su pensamiento de que su vocación no era otra que entregarse a los demás por medio de la santificación.

De su tío, quien le bautizó, guarda un grato recuerdo, destacando su figura por la sencillez y la humildad. Como la de la población local de la República Democrática del Congo, donde su día a día comienza con momentos de oración previos a la Eucaristía para después trabajar con las gentes de la localidad cercana a la selva donde habita ahora, una ciudad grande pero inundada por la pobreza.

Y, como los niños son muchas veces los grandes olvidados, Miguel Ángel trabaja ayudando y concienciando a las familias para que lleven a sus hijos a las escuelas, con el objetivo de que se formen (también en el ámbito espiritual) y consigan «ser algo, algún día» y puedan vivir de manera digna. De hecho, incluso se incentiva a los profesores para que animen a los pequeños a acudir a los lugares destinados a la formación.

Este misionero segoviano subraya también la colaboración de las hermanas africanas, quienes también acogen a los más pequeños para ofrecerles educación y una alimentación regular, convirtiéndose todos juntos en un verdadero testimonio de solidaridad.

Hoy en día, Miguel Ángel Niño del Portillo se siente contento con la labor realizada durante todos los años de entrega a los demás como misionero. Por el contrario, también manifiesta su impotencia porque los Estados no hacen nada por subsanar los problemas y mejorar la vida de los países más desfavorecidos. En un mundo globalizado, los jóvenes congoleses llevan una vida muy similar a la de los españoles pero con una diferencia: viven el día a día, por lo que es necesario que alguien se preocupe por ellos y los ayude a desarrollarse de forma digna.