La fe no es un consuelo barato
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La lectura de un artículo de Arcadi Espada, amargo y a mi juicio injusto e ignorante sobre la verdadera naturaleza del cristianismo, me ha recordado inmediatamente una parte de mi diálogo del pasado sábado con Erik Varden en EncuentroMadrid. Para Espada, la religión (en este caso el catolicismo) sería un atajo absurdo, una búsqueda patética de consolación frente al hecho, para él inapelable, de que la vida es absurda y no existe consuelo para esto.
Varden nos contaba que, en su adolescencia, pensaba que la fe era una solución facilona a la búsqueda del sentido de su propia vida. Pesaban en él los prejuicios de un contexto agnóstico de tradición luterana y su formación cientifista. Pero aceptó poner en cuestión sus propios prejuicios y entonces descubrió que el cristianismo no pretendía eliminar ni el dolor ni la complejidad, sino acompañarlos e iluminarlos desde dentro. Descubrió en la comunidad de los creyentes una realidad rica; según sus propias palabras, “muy colorida”; una vida que no era un camino recto, pero en la que comenzaba a proyectarse una luz y un sentido sobre sus propias preguntas, sin pretender anularlas.
Y así fue descubriendo la Iglesia, poco a poco, como una comunión viva, como un espacio inmenso en el que la perspectiva no se cierra, sino que se amplía, en una apertura al Infinito. También descubrió el don de una gran humanidad, de hospitalidad única y de una amistad llena de respeto. De este modo sus prejuicios, y las cosas que le irritaban se iban relativizando, aunque algunas todavía le irritan.
Erik Varden era lo contrario de un crédulo piadoso, nada en su ambiente le empujaba hacia la fe. Tampoco sentía una angustia invencible que le impulsara a agarrarse a un clavo ardiendo. Encontró una casa llena de luz y de pan, de inteligencia y de afecto, en la que no se ofrecía un consuelo barato, sino un rostro y un nombre: el de Jesucristo vivo y presente en el camino de la Iglesia. Creo que su trayectoria tiene algo de profecía para nuestro mundo de hoy.