Donde nace y renace la alegría
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El Papa ha iniciado ayer un ciclo de catequesis dedicado a recordar la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”, programática de su pontificado. En ella, Francisco advertía sobre el riesgo de una tristeza malvada, que es fruto de la cerrazón frente al significado de la vida: “ya no se escucha la voz de Dios, ya no hay espacio para los demás, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Esta tristeza amarga y la falta de significado van siempre unidas”.
Es un hecho que nosotros no podemos producir la alegría y tampoco podemos gestionarla. Podemos organizar una fiesta, pero no asegurar que en ella brotará la alegría. Ésta sólo puede llegar como un don, fruto de un encuentro. Y dado que nuestro corazón es insaciable, que está hecho para el Infinito, el encuentro con las personas y el disfrute de las cosas, sólo nos dará verdadera alegría en la medida en que sea signo y anuncio de ese Infinito, de cuya nostalgia estamos hechos. “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, escribía el Papa como si fuese una estrofa.
El Papa ha vuelto a subrayar, a los diez años de la publicación de Evangeli Gaudium, que la alegría es una nota distintiva de la verdadera vida de la Iglesia. Por eso es una gracia permanecer hasta el final en el Pueblo de Dios, pecadores y enfadados, quizás, pero siempre dentro. Nuestra grande, inmensa, Teresa de Jesús, hablaba de la gracia de morir en el seno de la Iglesia… “¡Esto no se compra!”, decía Francisco, es un regalo que debemos pedir al Señor. Porque cada uno de nosotros, hasta el final, podemos cometer una tontería, la mayor tontería, la de marcharnos. Por eso, pidamos al Señor el regalo de permanecer y, si hace falta, de volver, para morir en casa, en la Iglesia. Ninguno de nosotros se puede “poner alegre” porque lo desee. La alegría es fruto de pertenecerle en el lugar donde Él camina con su pueblo.