Él está para reconstruir nuestras ruinas

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

En un artículo que he leído hoy, el abad general del Císter, Mauro Lepori, habla de la prepotencia del mal que nos hace perder la esperanza, también a los creyentes. Quizás siempre ha sido así, pero a veces tenemos la impresión de que la victoria del mal penetra hoy más que nunca en la conciencia y se impone a la fe, a la esperanza y también a la caridad, determinando nuestra relación con los demás y con el mundo.

El P. Lepori observa que, desde el comienzo de su ministerio público, Jesús anuncia una verdad fundamental del Reino de Dios que seguimos intentando aceptar después de dos mil años: el Mesías no viene a prevenir el mal sino a redimirlo, no viene a evitar la ruina sino a reconstruir. De hecho, Jesús no se encarnó antes de que Adán y Eva pecaran, o antes de que Caín matara a Abel, para evitar la elección del mal que nuestra libertad podría causar. Precisamente, la muerte y resurrección de Jesús nos permite reconocer que la victoria del mal nunca es definitiva. El mal, hecho o sufrido, puede haberlo arruinado todo, pero el abrazo de Cristo puede reconstruirlo, como le sucedió al ladrón arrepentido en su último suspiro.

Cuando miramos la victoria del mal sin esperanza en el poder de la redención de Cristo, se revela la reducción tremenda que hacemos de la fe. Recuerda el P. Lepori cuando en Caná, María le presenta a Jesús la miseria humana que ve: "no tienen vino". Jesús parece salirse por la tangente cuando dice que aún no ha llegado su hora, pero la Virgen era consciente de que todo se salva gracias a Jesús presente. Es lo que debemos aprender de Ella: no tanto calcular la influencia del mal sobre nuestra vida sino reconocer el bien invencible que supone que el Señor esté presente y se nos ofrezca dentro de la comunidad eclesial, en su Palabra, en los sacramentos y en la amistad de los hermanos, para reconstruir todas nuestras ruinas.