José Luis Restán

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Fernando Savater es una de las grandes figuras de nuestro debate público, un hombre marcado por su agudeza de palabra, su coraje cívico y su amor a la libertad. Siempre ha sido un polemista ácido que no se anda por las ramas, y la Iglesia católica ha sido objeto de sus venablos como sucede con tantos ilustrados españoles fieramente anticlericales.

En sus últimas entrevistas, ayer mismo estuvo con Fernando de Haro en La Tarde de COPE, me parece descubrir una nueva apertura a la dimensión religiosa de la experiencia humana. Por ejemplo, cuando habla de la relación con su mujer que falleció (vivir es vivir para alguien), cuando reconoce la insatisfacción última que provocan las cosas y rechaza que el estoicismo sea la solución porque es una mera resignación, o cuando se abre a lo que él llama “la posibilidad de lo imposible”.

Savater está ahora metido en una gran polémica con las ideologías identitarias de cierta izquierda y con el pensamiento woke, algo en lo que yo, como católico, coincido plenamente. Pero me llama la atención que, para atacarlas, las considere “iglesias”. Subraya que siempre ha sentido “aversión hacia las iglesias” mostrando la negatividad que asocia a algo que para mí es precioso y vital. Algo de responsabilidad tendremos los católicos en el hecho de que hombres sabios como éste hayan asumido una falsa imagen de lo que es realmente la Iglesia. La imagen de una trinchera, de un lugar cerrado donde se cultiva la afirmación acrítica de ciertos principios abstractos, de un búnker, más que de un hogar donde cualquiera puede entrar para hablar y compartir tantas cosas como las que yo comparto con Savater. Por supuesto, también estos viejos ilustrados tendrían que revisar tópicos anacrónicos sobre el catolicismo, pero eso es cosa de ellos.

Yo, que más de una vez me he irritado profundamente por cosas que ha dicho Savater sobre la Iglesia y su enseñanza, siento ahora, no solo respeto, sino cierta conmoción ante la forma en que expone su necesidad humana a estas alturas de su vida. Mira por dónde no estábamos tan lejos, ni mucho menos. Aún estamos a tiempo de descubrirnos, más allá de tópicos y prejuicios.