La firma de José Luis Restán: Santos inteligentes

Esa prudencia que Francisco identifica con la verdadera inteligencia requiere también custodiar la memoria del pasado, ser conscientes de que el mundo no empieza con nosotros

José Luis Restán

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Al concluir su catequesis de ayer en la Audiencia General, el Papa afirmó que Dios no solo quiere que seamos santos, sino que quiere que seamos “santos inteligentes”. La catequesis había estado dedicada a la prudencia, a la que Santo Tomás de Aquino consideraba la virtud rectora de todas las demás. Francisco advirtió que “sin prudencia, equivocarse de camino es cuestión de un momento”.

Previamente había descartado identificar esta prudencia evangélica con una actitud temerosa o de mera cautela. Prudencia es comprender que la realidad es compleja, que hace falta atravesar las apariencias, que no debemos caer nunca en la banalidad. Prudencia es tener conciencia de los propios límites y saber buscar consejo, es mantener una amplitud de miras y libertad interior para elegir qué camino tomar. Significa también ser conscientes de que un celo sacado de contexto puede provocar desastres. El gran teólogo De Lubac, muy querido por Francisco, decía al respecto que toda la historia de la Iglesia confirma “que la salud consiste en el equilibrio”.

Esa prudencia que Francisco identifica con la verdadera inteligencia requiere también custodiar la memoria del pasado, ser conscientes de que el mundo no empieza con nosotros. Y, claro, no podía faltar la referencia a aquella recomendación de Jesús a sus discípulos: “mirad que os envío como ovejas en medio lobos; sed astutos como las serpientes y sencillos como las palomas”. O sea, “santos inteligentes”, que quizás es una reiteración porque no me imagino una santidad corta de luces.

Uno puede preguntarse donde se entrena esta inteligencia, a qué academia hay que ir, pero es mucho más fácil. Todo lo que el Papa ha descrito de forma chispeante es, en realidad, el fruto de una vida cristiana sencilla, aprendida en el camino de la Iglesia. No hace falta un máster, ni cualidades especiales, sino vivir de la fe que custodia y despliega la comunidad cristiana.