José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

En una reciente entrevista le preguntan al intelectual Sergio del Molino sobre la libertad y él responde contundente: “yo no creo en el libre albedrío porque no soy cristiano, el libro albedrío es un fenómeno puramente cristiano para poder justificar el pecado… yo no creo en eso, creo que las circunstancias nos limitan muchísimo… hay un destino, algo inexorable de lo cual es muy difícil escapar”.

No estoy de acuerdo con Del Molino en que el libre albedrío sea un fenómeno cristiano, y menos aún en que responda a la necesidad de justificar el pecado. Por el contrario, la libertad para decidir por el bien o el mal, con todos los condicionantes que ciertamente existen y pesan, pertenece a la conciencia común de gran parte de la humanidad y es uno de los fundamentos de toda civilización. Me impresiona, por ejemplo, la conciencia que un agnóstico de origen judío, Vasili Grossman, refleja de esta libertad última y radical que cualquier ser humano posee incluso en situaciones extremas, como estar en un campo de exterminio: “yo puedo decir no frente al mal”, afirma uno de sus personajes, recluido en Auswitch, en la novela “Vida y destino”.

En cambio, sí tiene razón Del Molino en una cosa: sin el cristianismo como tejido profundo, sin la paciente educación que ha desarrollado durante siglos en Europa, la libertad termina evaporándose como conciencia radical de la vida. Y entonces se termina afirmando ese “destino inexorable” del que no podríamos escapar. Claro que, si fuese así, no tendría mucho sentido comprometernos con la verdad y la justicia, o al menos, sería siempre un compromiso trágico, como dejan ver muchos autores de este momento en el que, efectivamente, el cristianismo ha dejado de ser, para muchos, el sustento de la mirada sobre el mundo.

Es curiosa la parábola de la Ilustración, que comenzó con una proclamación absoluta de la razón y de la libertad, y concluye ahora con una desconfianza profunda respecto de ambas. Y es curioso también que sea el cristianismo el único que parece salvar aquel grito que los ilustrados lanzaron (supuestamente) contra la Iglesia.