El pesebre y la cruz
María y José eran conscientes de que el Niño que se les había dado era una gozosa bendición de Dios
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El pasado domingo celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, insertada en el corazón del tiempo de Navidad. Podemos tener, quizás, una imagen “idílica”, avalada por cierta iconografía bien intencionada, en la que María y José están tranquilamente acurrucados junto al Niño. Por supuesto, no hay por qué excluir la ternura de esas imágenes, pero debemos completarla con otros factores.
María y José eran conscientes de que el Niño que se les había dado era una gozosa bendición de Dios y, al mismo tiempo, entendieron rápidamente que al decir "sí" a este Niño, habían perdido su capacidad de planificar el futuro. Para ellos, convertirse en padres significó emprender caminos llenos de riesgos confiando exclusivamente en Dios. Primero fue el camino a Belén, lleno de incidencias, que concluye con el nacimiento en un pesebre.
Después llegaría la huida a Egipto, para proteger a Jesús de la furia asesina de Herodes. Pero eso solo fue el principio. La pérdida del Niño en el templo y la tranquila respuesta de Jesús a la aflicción de sus padres señalan claramente la cuestión: ellos estaban ahí para cuidarle, atenderle y educarle, sí, pero no tenían en sus manos el designio de esta historia, ni siquiera fueron informados de sus detalles.
También en estos días hemos escuchado la profecía del anciano Simeón que, tras reconocer en el Niño al Salvador, advierte a su madre que una espada le atravesaría el alma, como sucedió años más tarde.
Y es que el "signo" del que habla Simeón tuvo forma de cruz ya desde el portal de Belén, y María dijo que sí, libremente, también a eso. No olvidemos que la dulzura de la Navidad viene siempre entretejida por la punzada de este dolor entrevisto, que se manifestará por completo al pie de la cruz.
Esto ilumina todas las circunstancias de nuestra vida: lo que la hace grande, bella y feliz, no es que se cumplan nuestros planes, sino que toda circunstancia sea ocasión de que se manifieste el designio amoroso de Dios para nosotros y para el mundo.