Piedra de toque de la fe católica
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Todos los años comienzan, litúrgicamente hablando, con la fiesta de Santa María Madre de Dios, el 1 de enero, y con la dedicada a los santos Basilio y Gregorio, padres de la Iglesia, el día 2. No se trata de una casualidad. San Basilio y San Gregorio se batieron el cobre por la definición dogmática de María como verdadera Madre de Dios en el Concilio de Éfeso, en el año 431. La Iglesia todavía experimentaba las tremendas convulsiones provocadas por la herejía arriana, frente a la que se había levantado valientemente el gran Atanasio de Alejandría. El arrianismo, en el fondo, nunca muere, y tiene en este momento una gran actualidad: se trata de negar la divinidad de Cristo, reduciéndolo a un maestro, a un profeta o un líder reformador. Hoy no hacen falta grandes debates, simplemente se pierde la conciencia de que Cristo el Señor de la historia, Aquel que revela el sentido de la vida y del mundo. En el siglo V se decía que el mundo "gemía al descubrirse arriano”… hoy ni siquiera gime.
Pero volvamos a los hermanos Basilio y Gregorio. Ambos se empeñaron en la definición de María como “Madre de Dios” contra viento y marea, no por una cierta sensibilidad teológica, sino como una piedra de toque de la verdadera fe católica. Porque de esa manera, que puede resultar un tanto provocativa, se reafirmaba la fe en Cristo como “verdadero Dios y verdadero hombre”, y se ponía en evidencia el significado imponente de la encarnación del Hijo de Dios, precisamente lo que celebramos cada Navidad.
La Iglesia, en su sabiduría pastoral, ha querido que la fiesta de la maternidad divina de María inaugure cada año para poner todas nuestras necesidades y circunstancias bajo la protección de nuestra Madre. Y ha colocado a continuación la fiesta de los bravos hermanos Basilio y Gregorio, para recordarnos que proponer y defender la verdad de la fe no es algo accesorio, sino algo decisivo para nuestra vida.