Un pueblo que persevera en la fe

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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La pasada noche han llegado a Roma desde Nicaragua los obispos Rolando Álvarez e Isidoro Mora, junto a quince sacerdotes y dos seminaristas que habían sido encarcelados por el régimen de Daniel Ortega, acusados de los delitos más peregrinos. Algunos titulares hablan de “liberación”, pero lo correcto es hablar de “expulsión”, aunque se haya producido mediante un acuerdo con la Santa Sede, que los ha recibido y se encargará por el momento de su sustento. Estos obispos y sacerdotes no han recobrado la libertad, porque lo que ellos desean es permanecer en su patria y ejercer allí libremente su ministerio.

La Santa Sede, preocupada por la seguridad de los detenidos y por las difíciles condiciones de la comunidad católica en Nicaragua, ha llegado a este acuerdo agridulce como ha sucedido en otras ocasiones, especialmente durante la guerra fría, cuando algunos obispos de países del otro lado del Telón de Acero fueron enviados a Roma. Lo importante es no dejarnos confundir: no estamos ante un gesto gracioso de la dictadura ni esta es una solución que pueda llenarnos de alegría, si bien permitirá atender, por ejemplo, a la salud de algunos de los encarcelados, en especial el obispo Rolando Álvarez, por cuyo estado había seria preocupación. El régimen grotesco de Ortega y Murillo cuenta ya con el récord de haber forzado el exilio de tres obispos católicos y varias decenas de sacerdotes. Es una muestra de su brutalidad, pero también de su debilidad de fondo.

La partida se juega en territorio nicaragüense. Allí la Iglesia sigue generando comunidad, sigue siendo un factor educativo y una referencia de vida verdadera frente al vacío y el miedo que el régimen trata de expandir para imponer su sinrazón. Difícil tesitura para las autoridades eclesiales, que deben moverse con la sencillez y la astucia que recomienda el Evangelio. La fe sencilla y radiante de los que ahora han sido expulsados es la fe de un pueblo que persevera en la dificultad y que no debe sentirse abandonado.