José Luis Restán

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Ayer el Papa se dirigió a la Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida que aborda en sus sesiones el gran tema, podríamos decir el único gran tema, de qué es lo específico del ser humano. En la época del transhumanismo, de la robótica, de la Inteligencia Artificial y del intento de reproducir la vida humana en el laboratorio, es más urgente que nunca alcanzar una conciencia clara sobre lo humano en su especificidad irrepetible. Con una impresionante banalidad, asumida sin pestañear por amplios sectores sociales, se afirma hoy que lo humano es pura materialidad, mera biología que en su desarrollo habría alcanzado el nivel de la autoconciencia. No habría otra cosa.

Afirmar esto ¿no es violentar la experiencia común de los hombres y mujeres de todas las épocas, que sorprenden en su existencia cotidiana la necesidad del sentido, la exigencia de la verdad, de la justicia y de la belleza? Francisco dijo ayer que “las crecientes capacidades de la ciencia y la tecnología llevan al ser humano a sentirse protagonista de un acto creativo semejante al divino, que produce la imagen y semejanza de la vida humana, incluida la capacidad de lenguaje, de la que parecen estar dotadas las máquinas parlantes”. Y se pregunta: “¿estaría entonces el hombre en condiciones de infundir espíritu en la materia inanimada?” La tentación es insidiosa, reconoce el Papa.

En el fondo, lo que se plantea es la vieja pregunta, por otra parte, siempre nueva: ¿qué es realmente el hombre, que se conmueve ante el amanecer, que llora ante la injusticia, que ama hasta entregarse por entero, que desea siempre algo más, que puede decidir entre la vida y la muerte? En grandes franjas de Occidente se ha instalado hoy el dogma de que el hombre es pura materia, y las consecuencias ético-culturales de esta mentalidad están a la vista. Confrontar esta mentalidad es también una gran tarea de la Iglesia hoy, que reclama un despliegue amplio de la razón inseparable de una mirada limpia y sincera a la experiencia humana de todos. Testimonio y cultura, siempre entrelazados.