Una espina que acompaña la historia cristiana

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

El comienzo del Adviento ha estado teñido de sangre en la isla de Mindanao, al sur de Filipinas, un país al que deberíamos sentir muy cercano. En el gran país católico del extremo oriente, esta isla es de abrumadora mayoría musulmana y tiene una atribulada historia de violencia. En 2019 se firmó un acuerdo por el que el Estado filipino reconoce la región autónoma musulmana de Bangsamoro, un intento de pacificar la región en el que la Iglesia está profundamente comprometida.

El pasado domingo, mientras se celebraba la Misa en el gimnasio de la Universidad estatal, estalló una bomba que provocó la muerte de 4 personas y heridas a otras 40. El atentado lleva la tétrica firma de uno de los muchos grupos vinculados al Estado Islámico que, desde hace tiempo, tratan de arraigarse en esta región, y que han puesto a la minoría católica en su punto de mira. Uno de los líderes más prestigiosos de la región, el cardenal Orlando Quevedo, que ha dedicado sus mejores esfuerzos a tejer la convivencia en paz a lo largo de su vida, ha declarado que “es un crimen terrible y perverso contra fieles inocentes en un día santo cristiano, una trágica repetición del demencial ataque contra la Catedral de Jolo durante la misa dominical perpetrado hace años”.

Los que asistían a esta Misa del primer domingo de Adviento eran jóvenes católicos que no temían celebrar su fe en la Universidad, conscientes de su condición de minoría. Adviento es también la espera de una justicia que se siembra en el presente pero que no llegará del todo hasta la plena manifestación de Cristo glorioso. Este atentado repugnante nos hace recordar que también la llegada de aquel Niño de Belén suscitó la violencia de algunos poderosos, y que, desde entonces, esa violencia acompaña como una espina la historia cristiana, la hiere dramáticamente, pero no tiene el poder de frenarla. Los católicos de Mindano seguirán allí construyendo la convivencia con todos, porque en medio de ellos está el Príncipe de la Paz, y nadie se lo podrá arrebatar.