La Cuaresma y nuestros ídolos

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La Cuaresma y nuestros ídolos

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Con la imposición de la ceniza nos hemos introducido en la Cuaresma, un tiempo extraño, quizás un tanto exótico, para buena parte de la sociedad, que los propios cristianos afrontamos a veces con desgana. En su mensaje para esta Cuaresma el Papa subraya que, cuando caminaba por el desierto, “Israel llevaba todavía a Egipto dentro de sí”, hasta el punto de sentir nostalgia de la esclavitud, de echar de menos aquella seguridad controlada por los guardianes del Faraón. Es paradójico que toda la historia de Israel tenga como hilo conductor la lucha contra los ídolos de los pueblos circundantes, porque sólo hay un Dios que salva, y, sin embargo, el pueblo siente vértigo y continuamente parece necesitar construirse sus propios ídolos, como si no le bastara la relación con el Dios que le había librado de la esclavitud.

Francisco indica que “también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras” y que a veces “vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos”. Naturalmente, hoy los ídolos no son becerros de oro ni cosas semejantes. Pueden ser una cierta idea de confort, de éxito, de control de las circunstancias o de autosuficiencia. Pero los ídolos, como siempre, sólo conducen a la frustración, a la amargura y al vacío.

La Cuaresma es un tiempo que nos ofrece la Iglesia para abandonar esas esclavitudes que siempre regresan, y experimentar la libertad y la alegría. Del mismo modo que a los israelitas nunca les faltó la compañía de Dios durante el Éxodo, hoy no nos falta la compañía de Cristo en el camino de la vida. La oración, el ayuno y la limosna tienen la finalidad de abrir todas las dimensiones de nuestra vida (trabajo, afectos, implicación social, reposo…) a la verdad fundamental de que sólo Él responde a nuestro deseo de libertad, de bien, de felicidad. Sólo Él nos permite ser familia, comunidad que no se rompe, en medio de los avatares de la historia. Y esto es también un signo de esperanza para el mundo.

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