La firma de José Luis Restán: Combatió por nosotros
Jesús decía: «Padre: aparta de mí ese cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres»
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En la Misa de la Cena del Señor del año 2012, cercano el momento de su renuncia, Benedicto XVI dijo algo en lo que yo nunca había pensado: que los cristianos, al arrodillarnos, nos ponemos en comunión con la oración de Jesús en el Monte de los Olivos. Ante la amenaza del poder del mal, los cristianos debemos estar de pie ante el mundo, pero, en cuanto hijos, estamos de rodillas ante el Padre. Aquella noche Jesús forcejeó con el Padre. Combatió consigo mismo y combatió por nosotros. Experimentó la angustia ante el poder de la muerte propia de cualquier hombre, pero en Él había algo más: el estremecimiento frente a todo el caudal del mal de este mundo, que recaía sobre Él como una montaña pestilente. Allí, también nos veía a cada uno, y oraba por nosotros. Y así ejerció el oficio del sacerdote: tomó sobre sí el pecado de la humanidad, a todos nosotros, y nos condujo al Padre.
Jesús decía: «Padre: aparta de mí ese cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres». Y así, transformó por completo la actitud de Adán, típica de todos nosotros, que pensamos ser libres y verdaderamente nosotros mismos sólo si seguimos nuestra voluntad. Tantas veces, más en esta época, Dios aparece como el enemigo de nuestra libertad y deseamos liberarnos de Él.
Ese es el drama que amarga la historia. Sin embargo, Jesús abandona su voluntad humana en la voluntad del Padre: “no yo, sino Tú”.
Cuando el hombre se pone contra Dios, se pone contra la propia verdad y, por tanto, no llega a ser libre, sino que se aliena. Únicamente somos libres si estamos en la verdad, si estamos unidos a Dios. En aquel forcejeo del Monte de los Olivos Jesús ha deshecho la falsa contradicción entre obediencia y libertad, y nos ha abierto el camino hacia la verdadera libertad.