Parece el infierno, pero hay muchas luces
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Hablamos muy poco de Haití. Sería muy fácil dejarse llevar por la impresión de que aquel pobre país se ha convertido en un infierno. Lo sería, si no fuese porque en él siguen hombres y mujeres que siembran el bien contra el viento de la desesperanza. Por ejemplo, las seis religiosas de la Congregación de Santa Ana que fueron secuestradas hace cinco días por una de tantas bandas de criminales, que exige 3 millones de euros por su liberación. El obispo de su diócesis, Pierre Dumas tenía en sus ojos la sonrisa de esos ángeles arrebatados a la fuerza cuando recorrían las calles para socorrer a los más pobres de entre los pobres, en el momento en que se ofreció a los secuestradores: “por favor, tómenme en su lugar, estoy dispuesto". Un sacerdote de la diócesis que trabaja en un barrio marginal y una monja de las Misioneras de Madre Teresa se han ofrecido a acompañarle.
La emoción dolorida del obispo debería ser la de todos. Estas mujeres han dedicado su vida a curar las heridas del martirizado pueblo haitiano sin pedir nada a cambio y ahora unos desalmados piden 3 millones de euros por sus vidas. Por este acto de rapiña inhumana, algún día Dios les pedirá cuentas, ha dicho monseñor Dumas. Esta perversidad sirve al menos para que hoy digamos una palabra sobre Haití, un país triturado por la violencia, no sólo a causa de la extrema pobreza, sino también por la ausencia total de política y de instituciones. "La nación no está gobernada, se han suspendido las elecciones, no hay instituciones democráticas y sólo operan los clanes armados, que dirigen casi el 80% de la capital, Puerto Príncipe”, continúa este obispo valiente.
Todo esto se parece al infierno, sí, pero no lo es, porque en medio de esa oscuridad brillan muchas luces, las luces de la auténtica vida que grita el valor inmenso de cada hombre y mujer, y que lo sirve en medio de dificultades para nosotros inimaginables. Muchos granos de trigo, de esos que habla el Evangelio, están cayendo y siendo molidos, pero de ellos surge un fruto. Pidamos por ese fruto, sostengamos ese bien con la oración, con recursos económicos, con la palabra.