Renunciar a sí mismo por la Iglesia de Jesús
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El pasado viernes el Papa celebró una misa en sufragio por Benedicto XVI y por los cardenales fallecidos a lo largo de este año. En su homilía, Francisco se refirió a la humildad y dijo que no es una virtud más, sino la actitud fundamental de la vida cristiana, que consiste en sabernos radicalmente necesitados de Dios y poner en Él toda nuestra confianza. Es algo que no podemos dar por descontado. Incluso si creemos sinceramente en Dios, con frecuencia ponemos nuestra esperanza en nuestras fuerzas, en el éxito de nuestros planes, en nuestra propia virtud. Pero lo que realmente quiere Dios no son estas cosas, por buenas que sean, sino que le permitamos actuar a Él a través de nuestra vida, que no estemos centrados en nosotros mismos sino en Él.
En este punto, el Papa recordó las palabras de Benedicto XVI al iniciar su pontificado: “soy un humilde trabajador en la viña del Señor”. Francisco dijo que todos los cristianos, especialmente los que tienen autoridad, “están llamados a ser humildes trabajadores: a servir, no a ser servidos; a pensar, antes que en sus propios beneficios, en los de la viña del Señor… ¡Y qué hermoso es renunciar a sí mismo por la Iglesia de Jesús!”. No se podía definir mejor la vida de Benedicto XVI: renunciar a sí mismo, a sus proyectos, a sus gustos, a sus legítimas preferencias, incluso a sus opiniones, por la Iglesia que siempre es la Iglesia de Jesús. Podríamos documentarlo desde sus primeros pasos hasta su último suspiro. Y aunque a veces le costó grandes sufrimientos, siempre fue mayor la alegría de ser ese humilde trabajador, de sol a sol.
Qué distinto sería todo si cada uno de los bautizados, sea cual sea nuestra vocación y responsabilidad, estuviéramos dispuestos a poner el bien y la misión de la Iglesia por delante de nuestras sacrosantas opiniones y legítimos gustos e intereses. Desaparecerían la agresividad, la altivez, la tentación de excluir a los que no piensan igual, se fortalecería la comunión. La jornada de ese trabajador en la viña puede ser dura, pero siempre bella.