La Pastoral Penitenciaria y el cuidado de los presos: ¿Y después de la cárcel, qué?
La profesora Marta Albert, de la Universidad Rey Juan Carlos, lamenta que la sociedad "vive un poco de espaldas al hecho penitenciario que se convierte en una realidad invisible"
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“Aunque pueda parecer paradójico, a veces salir de la cárcel, representa un problema para muchas personas”. Así lo ha explicado a ECCLESIA Marta Albert, profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos.
“Para empezar, en general la sociedad vive un poco de espaldas al hecho penitenciario, es una realidad invisible y cuesta mucho darle espacio”. Este ha sido uno de los temas que se están reflexionando en las jornadas del área social de Pastoral Penitenciaria, este 10 y 11 de marzo, bajo el lema “Cómo normalizar mi vida en libertad”.
¿Y qué pasa cuándo salen del centro?
Los centros penitenciarios, situados en lugares alejados de los núcleos de población hacen aún más visible esa separación de una sociedad a la que tendrán que regresar tarde o temprano. Precisamente sobre este tema ha profundizado la profesora, en especial sobre qué pasa con el preso una vez que sale del centro. “Desde el problema de desarraigo que se ha podido producir, sobre todo cuando hay condenas largas, que supone que haya gente que no tiene a donde «volver». Además, hay personas con problemáticas añadidas, como adicciones, problemas de salud mental, extranjeros que no conocen bien nuestro idioma... Vuelves a la «casilla de salida» sin documentación actualizada y sin recursos para vivir en comunidad”.
Y es que problemas como el trámite de la renovación del DNI o gestionar un permiso de residencia están en la actualidad informatizados y la brecha digital es aún más palpable en estos casos vulnerables.
“Nosotros desde Clínica Jurídica, en colaboración con el Centro de Reinserción Social y La Merced, hemos elaborado una pequeña guía para ayudar sobre todo a las personas que ayudan, porque existe una problemática que empieza por lo más básico. Hay personas que llevan tanto tiempo en prisión que hay que enseñarles hasta a utilizar un móvil o a utilizar la tarjeta del metro. Porque es verdad que en cuanto la condena sea un poco larga, la vida cambia mucho en ese tiempo”.
Un gran desamparo
La situación al salir del centro penitenciario puede ser de “un gran desamparo”: “Ese seguimiento que se hacía dentro no se puede hacer fuera. Ya nadie les va a preguntar «cómo están» y ese gran salto no está desarrollado para que sea una continuidad. Al final, son los voluntarios los que están, porque incluso las familias lo tienen complicado. Las cárceles están tan alejadas que hay muchos que tienen hasta complicaciones para llegar hasta allí. Son complicacines en todos los sentidos, es una realidad que no queremos ver”.
¿Y qué papel juega en esto la administración? La profesora advierte de que, en muchos casos, las administraciones tienen “en general un poco olvidada a la población vulnerable”: “Al final es es como esa maquinaria enorme que tiene sus propias reglas y no tiene en cuenta las situacioens concretas de las personas.
Desde la pandemia, además, se han instaurado muchos procedimientos que son todos telemáticos y que cambiaron en ese momento y así se han quedado. Eso ya es en sí mismo una dificultad tremenda. No hay una sensibilidad especial al respecto y más bien, lo que vas a encontrar, son obstáculos”.
¿Seriamos capaces de ofrecerle trabajo u oportunidades a un preso?
Pero… ¿qué pasa con la persona que cumple una sentencia, y al cabo de meses o años obtiene su libertad? ¿Cómo la sociedad recibe a este individuo? ¿Seriamos capaces de ofrecerle trabajo u oportunidades de desarrollarse como una persona productiva a la sociedad y al país?.
Y es que por costumbres e ideologías, hemos logrado estigmatizar a un ex recluso pues nos invade la desconfianza, ya que se cree que quien es sentenciado a cumplir una pena por distintos tipos de delitos dentro de una cárcel, saldrá con más perfeccionamiento para delinquir, por lo que la sociedad actúa con rechazo, a brindar una oportunidad. No es popular o es desconocido el dato de que en España el índice de reincidencia es bastante bajo, “pero aún así todos tenemos ese prejuicio y el estigma que tiene una persona que ha estado en prisión es enorme y le pesa muchísimo. Es una etiqueta que la llevas para siempre”.
Sumado a esto, Albert subraya la percepción sobre lo que socialmente se percibe como “estar en prisión”: “No somos conscientes de lo que supone la privación de libertad, lo que eso implica para los internos: hoy en día no solo es cuestión de la privación de tu libertad física, sino que también vives desconectado de Internet con todo lo que eso conlleva”.
Repensar los casos "entre todos"
Ante esta situación, el reto es claro: “Tenemos como prioridad y tarea pendiente visibilizar la realidad de la prisión y que nos hagamos cargo de lo que es estar en privación de libertad, de lo que implica para esas personas”. Por otro lado, es importante “repensar” quién termina en prisión y por qué.
“Obviamente los que han delinquido”, expresa la profesora pero “hay también como una responsabilidad que yo creo que es global y que nos corresponde a todos asumir. Hay gente que de alguna manera están «no predestinados, pero casi». Eso es un problema de todos. No es solamente problema del que delinque. ¿Qué hacemos y cómo trabajamos como sociedad para evitarlo? Cuando trabajas en los centros sientes que lo que le ha ocurrido a alguno de ellos te podría haber pasado a ti. Sin conocer vidas y casos concretos es muy difícil empatizar, deberíamos ponernos en el lugar de quienes han estado privados de libertad y estar dispuestas a cogerlas de otra manera”.