Cardenal Michael Czerny: «Con los refugiados de Ucrania he visto la Fratelli tutti en acción»

Entrevista al presidente del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, encargado de hacer llegar a los refugiados ucraniamos la solidaridad y el abrazo del Papa

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José Ignacio Rivarés

Publicado el - Actualizado

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23 de abril, el Papa

confirmó al cardenal

como prefecto del Discaterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, un puesto que venía desempeñando de manera interina desde el 1 de enero.

En su biografía, no obstante, hay un dato que llama la atención. Czerny es canadiense, pero nació en Brno, en la antigua Checoslovaquia. Vino al mundo el 18 de julio de 1946, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, y con dos años, su familia se trasladó a Montreal. Procede, por tanto, de una familia de refugiados, esos mismos refugiados —porque los refugiados son los mismos en todas partes— para los que trabaja ahora en el Dicasterio y a los que acaba de llevar la solidaridad y el abrazo del Papa en las fronteras con Ucrania.

Monseñor Czerny ha visitado Hungría y Eslovaquia como enviado del Santo Padre. Ha mantenido encuentros con las autoridades políticas y religiosas, así como con los responsables de las instituciones encargadas de su acogida.

—Eminencia, ha visitado a los refugiados ucranianos en Hungría y Eslovaquia. Sin ver las bombas, ha visto la guerra a través de sus ojos. ¿Qué ha experimentado exactamente? ¿Con qué dramas se ha encontrado?

—Pude ver la guerra que vive el pueblo ucraniano, no directamente en las regiones en conflicto, sino en los ojos de las mujeres y los niños que conocí: gente que huye, desarraigada, perdida, que lleva todo lo que le queda en una mochila o una bolsa de la compra. Personas que pudieron salvar su propia vida pero que al mismo tiempo perdieron todo lo que constituía la vida para ellos, y a todos los que hasta unos días antes formaban parte de ella. Tengo la imagen de las largas colas de personas que intentan salir del país a pie. Para muchos de ellos, este era el último obstáculo, el último sufrimiento, antes de cruzar la frontera.

—El Papa le encargó a usted y al cardenal Krajewski hacerles llegar su solidaridad y la de toda la Iglesia. ¿Les ha podido hacer llegar también algún tipo de ayuda material?

—Nuestra misión era llevar al pueblo ucraniano la cercanía espiritual del Santo Padre, su oración y su aliento paternal y su solidaridad, para que fueran fuente de consuelo y esperanza. Hace unos días, el cardenal

llevó a Kiev una segunda ambulancia donada por el Papa —después de una primera llevada a Lviv—con equipos de última generación y desfibriladores para niños. La Iglesia local, con todas sus organizaciones y servicios, también se implica en el acompañamiento espiritual y la ayuda material.

—¿La misión que le ha encomendado el Santo Padre tiene una duración concreta o es sine die? ¿Tiene previsto volver de nuevo a la región en un futuro cercano o a medio plazo?

—Estoy agradecido al Santo Padre por haberme confiado la tarea de mostrar al pueblo ucraniano su cercanía. El 6 marzo, el Santo Padre dijo: «La Santa Sede está dispuesta a todo, a ponerse al servicio de esta paz». Cierto, estoy dispuesto a partir de nuevo.

—La gran mayoría de los refugiados son mujeres y niños, personas especialmente vulnerables a la trata. ¿Han llegado a usted durante su estancia en Hungría y Eslovaquia casos de tráfico de personas?

—Al drama de la guerra se suma a menudo el de la esclavitud. En pocos días, millones de personas han tenido que abandonar sus hogares, y ya se ha informado de que la maquinaria de la Trata de seres humanos se ha puesto en marcha en las fronteras y en los países de primera acogida. Muy vulnerables son las mujeres y los niños, que constituyen la mayoría de los refugiados.

De vuelta a Roma, me contaron un incidente en una ciudad fronteriza polaca. Los traficantes intentaban convencer a las mujeres que huían para que subieran a dos autobuses que las llevarían a Dinamarca para prostituirse. Otras mujeres ucranianas pidieron que se comprobara la identidad de estos traficantes, que desaparecieron rápidamente. A veces, sin embargo, los traficantes se acercan a ellos y les ofrecen llevarlos en un coche privado. Para evitar que se produzcan estos incidentes, es necesario actuar con conciencia, especialmente para quienes asisten a los refugiados en la frontera.

Otro punto doloroso es la marginación que sufren los inmigrantes extranjeros, principalmente de África y Asia, que vivían en Ucrania y ahora huyen con el resto de la población. Algunos de ellos también han tenido que enfrentarse al racismo durante su viaje. Todos somos hijos/as de un mismo Padre y la fraternidad no puede conocer fronteras o categorías de exclusión.

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