"Heridas del alma", por Teresa Lapuerta
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Familia de madre anciana y viuda, con diez hijos, treinta nietos y un biznieto; la mitad de ellos allende los mares.
Familia unida, para la que la distancia geográfica nunca había sido impedimento a la hora de encontrarse y abrazarse.
Familia que estableció dos citas ineludibles para esas reuniones bulliciosas de mesa y mantel, vivencias, anhelos? y también de rezos: 13 de mayo, cumpleaños de la matriarca, y 25 de diciembre, Natividad del Señor. En su 86 aniversario ya no pudo ser. El zoom y la misa online compartidos desde Brasil, Estados Unidos, Bélgica, Galicia, Valladolid y Madrid, confortaron, pero no pudieron suplir ese gustoso calambre que producen el contacto físico, la mirada emocionada, el calor humano. Faltaron la Comunión y, también, la común unión. Faltaron los besos.
Dicen que este año tampoco habrá villancicos compartidos. Ni risas con los pequeños zagalejos, sus ocurrencias y sus trastadas; que no estará el "Nos ha nacido un Niño" que custodia el acceso a la casa familiar; que a las 00.00 horas del día 25, el hijo mayor no leerá el Evangelio de San Lucas para que la gran familia puesta en pie ore en silencio. Dicen que la madre no podrá recibir los cientos y cientos de achuchones que se traducen en gracias y en "tequieros" y amortiguan la nebulosa de sus recuerdos. Esta pandemia, la de la fragilidad y vulnerabilidad del hombre, es un tsunami de fallecidos, de enfermos y de víctimas colaterales que llaman a Cáritas; pero la lógica prudencia de los confinamientos, los cierres perimetrales y el aislamiento de los mayores deja también otras heridas: las heridas del alma.
Teresa Lapuerta