Críticas de los estrenos de cine del 15 de noviembre

Análisis de los estrenos de cine de esta semana: Jerónimo José Martín comenta “Blue Jasmine”, “La huida”, “Malavita”, “¿Quién mató a Bambi?”, “Sister”, “Los chicos del puerto”, “En busca de la Estrella de Navidad”, “El pequeño ángel”, “El pequeño mago”, “Retornados” y “The Collection”.

Blue Jasmine

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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En 2005, el neoyorquino Woody Allen inició una serie de películas ambientadas y rodadas en Europa, que sólo rompió en 2009 con la fallida “Si la cosa funciona”, una especie de frívolo y cínico interludio en Nueva York. Durante esa larga etapa europea, el casi octogenario cineasta firmó dos notables dramas sobre la libertad y la culpa —“Match Point” (2005) y “Cassandra’s Dream” (2007)—, y cinco tragicomedias ligeras y escapistas: una muy buena —“Midnight in Paris” (2011)—, tres regulares —“Scoop” (2006), “Conocerás al hombre de tus sueños” (2010) y “A Roma con amor” (2012)— y una mala: “Vicky Cristina Barcelona” (2008). Ahora, Allen retorna a Estados Unidos, y allí recupera la forma, con “Blue Jasmine”, notable tragicomedia en torno a la crisis económica actual, claramente inspirada en “Un tranvía llamado deseo”, la famosa obra teatral de Tennessee Williams, que ya llevó al cine Elia Kazan en 1951, con Vivien Leigh como oscarizada protagonista.

Jasmine (Cate Blanchett) era una glamourosa ama de casa de la alta sociedad de Nueva York cuando estaba casada con el rico, corrupto y mujeriego empresario Hal (Alec Baldwin). Pero, tras el encarcelamiento y la muerte de éste, ahora Jasmine está sin dinero, sin casa y con una grave crisis existencial, que le lleva a tomar antidepresivos y alcohol, y a recordar en voz alta su antigua vida de lujo en Manhattan y los Hamptons. Así que se muda a San Francisco para intentar rehacer su vida con su hermanastra Ginger (Sally Hawkins), una sencilla cajera que, tras divorciarse del sufrido Augie (Andrew Dice Clay), vive en un pequeño apartamento con sus dos traviesos hijos, Matthew (Daniel Jenks) y Johnny (Max Rutherford). La llegada de la altanera Jasmine revoluciona la vida de todos ellos, sus amigos y conocidos, sobre todo de Ginger, que está a punto de encauzar por fin su vida con su novio Chili (Bobby Cannavale), un mecánico tosco pero cariñoso.

Más que a Woody Allen, “Blue Jasmine” pertenece a Cate Blanchett que, con su habitual derroche de recursos, realiza una de las mejores interpretaciones femeninas de los últimos años. En su veraz y conmovedora reconstrucción del proceso de autoengaño y degradación interior de su personaje, la actriz australiana lleva al espectador de la comedia disparatada al melodrama desatado, y de éste a la tragedia pura y dura. Tal es la potencia de su caracterización, que a ratos “Blue Jasmine” no parece una película de Woody Allen, pues muchos de sus traumas y obsesiones habituales se diluyen en el impresionante despliegue de humanidad de Blanchett, maravillosamente secundada por Alec Baldwin y Sally Hawkins, y bien acompañada por Bobby Cannavale, Andrew Dice Clay y Peter Sarsgaard, en personajes menos perfilados y más arquetípicos. Incluso, su habitual visión hipercrítica de la alta burguesía estadounidense —según él, materialista, individualista, insolidaria y vacía—, más que ácida, resulta tremendamente amarga e, incluso, patética.

En todo caso, sí se disfruta al mejor Woody Allen de siempre en la afilada definición de personajes, en numerosos diálogos chispeantes, en varios golpes de humor sarcástico y en una puesta en escena naturalista, bellamente fotografiada por el guipuzcoano Javier Aguirresarobe y casi siempre sustancial, aunque padece un final demasiado abrupto y ciertas arritmias en su constante devenir en dos tiempos entre Nueva York y San Francisco. También insiste aquí Allen en su perpleja y descarnada visión de las relaciones sexuales, conyugales y familiares en general, así como su triste desmitificación del sueño americano. Una perspectiva decididamente pesimista e inmanente —esta vez, a Dios ni se le cita—, sólo mitigada por un vitalismo hedonista de bajo vuelo, en el que, sin embargo, la fidelidad conyugal, el arrepentimiento y el perdón asumen finalmente un papel relevante. Algo es algo.

Mientras se hacía notar con “Los herederos” (1997) y las dos espeluznantes entregas de “Anatomía” (2000-2002), el cineasta vienés Stefan Ruzowitzky debutó en Hollywood con “All the Queen’s Men” (2001), no estrenada en España. A continuación, firmó en Europa la floja comedia infantil “Kika superbruja y el libro de hechizos” (2008), y ganó el Oscar 2008 al mejor filme en lengua no inglesa con la sobrevalorada “Los falsificadores”. Ahora retorna a Hollywood con “La huida”, thriller de acción con un argumento cercano al de las películas homónimas de Sam Peckinpah y Roger Donaldson, y que comparte con la primera su cóctel de western y cine negro, y con la segunda, un tratamiento muy crudo de la violencia y el sexo.

Los hermanos Addison (Eric Bana) y Liza (Olivia Wilde) roban una millonada en un casino del Norte de Estados Unidos, y se dan a la fuga en un coche conducido por otro compinche. Pero, durante su escapada en medio de una terrible tormenta de nieve, sufren un grave accidente, a consecuencia del cual muere el conductor y Addison asesina a un policía. Así que los hermanos deciden separarse para llegar por caminos distintos a la frontera con Canadá. Mientras Addison sigue campo a través, sembrando el caos a su paso, Liza es recogida por el problemático ex-boxeador Jay (Charlie Hunnam), que se dirige a celebrar la cena de Acción de Gracias a casa de sus padres, June (Sissy Spacek) y el sheriff jubilado Chet (Kris Kristofferson).

El tenso guion del debutante Zach Dean resulta convencional, ya visto y superficial en su disección de las relaciones fraternales, paternofiliares y conyugales. Sin embargo, logra mantener la atención del espectador, y permite a Ruzowitzky desplegar una ágil puesta en escena, que quiere parecerse a la de los hermanos Joel y Ethan Coen en “Fargo”, también en su aprovechamiento dramático de los bellos y agrestes parajes en que transcurre. Por su parte, todos los actores dan la talla, sobre todo los veteranos Sissy Spacek y Kris Kristofferson, que llenan de veracidad su composición de un matrimonio modélico y encantador. Ellos y la joven policía que interpreta Kate Mara protagonizan los mejores momentos de la película. En cualquier caso, esos esfuerzos no compensan del todo la escasa originalidad del guion, así como el ya citado tratamiento sórdido y explícito de la violencia y el sexo. Una pena.

Giovanni Manzoni (Robert De Niro) es un capo de la mafia italoamericana, que delató a varios de sus compañeros de andanzas. Así que él, su esposa Maggie (Michelle Pfeiffer) y sus dos hijos adolescentes —Belle (Dianna Agron) y Warren (John D’Leo)— trasiegan de ciudad en ciudad europea, cobijados por el programa de protección de testigos del FBI, que en su caso supervisa el sufrido agente Stansfield (Tommy Lee Jones). Ahora se instalan como la familia Blake en un pequeño y tranquilo pueblo de Normandía (Francia). Pero enseguida chocan con las costumbres del lugar, y comienzan a resolver sus problemas al más clásico estilo de “la familia”. Mientras tanto, los antiguos compinches de Giovanni intentan localizarles para ajustar cuentas con ellos.

En esta adaptación de la novela de humor negro “Badfellas”, del francoitaliano Tonino Benacquista, el prolífico productor, director y guionista parisino Luc Besson (“León, el profesional”, “El quinto elemento”, “Juana de Arco”, “Arthur y los Minimoys”) ha contado con un reparto de lujo y con Martin Scorsese como productor ejecutivo. Todos los actores están bastante bien, dentro del premeditado histrionismo de sus interpretaciones. Además, resultan divertidos varios golpes de humor sobre las diferencias entre franceses y estadounidense, y otras cuantas situaciones paródicas —incluido un hilarante homenaje a “Uno de los nuestros”, de Scorsese— en torno al subgénero fílmico de mafiosos y, en concreto, al carácter icónico del propio Robert De Niro dentro de él.

Pero —quizás por una cierta falta de medios— la puesta en escena de Besson no tiene la fluidez y brillantez visual que debería. Además, el guion de Michael Caleo y el propio director desaprovecha varios hilos argumentales —la obsesión de Giovanni por escribir sus memorias, sus relaciones de amor-odio con el agente Stansfield…—, alarga otros sin demasiado interés —la confesión de Maggie con el cura del pueblo, el romance de Belle con uno de sus profesores…— y, sobre todo, no siempre resulta convincente en su constante fluctuación de tono, de la comedia gamberra al drama familiar y, de éste, al thriller de gángsters. También pesan unos cuantos diálogos y pasajes groseros, así como la tarantiniana violencia brutal de algunas escenas, aunque ésta se atenúa con el tono cómico del conjunto.

Queda así una película ligera e irregular, que divertirá a los cinéfilos y a los aficionados al cine de mafiosos, pero que no pasará a la historia ni de ese género ni de la comedia. Desde luego, funcionaba mucho mejor como parodia “Una terapia peligrosa”, de Harold Ramis, con un planteamiento similar al de “Malavita”. Ésta se parece más a la secuela de aquélla, la decepcionante “Otra terapia peligrosa. ¡Recaída total!”, también de Ramis.

Por una serie de circunstancias rocambolescas, David (Quim Gutiérrez) y su amigo Mudo (Julián Villagrán) meten a su jefe inconsciente en el maletero del coche del primero, con el agravante de que David es novio de Paula (Úrsula Corberó), la hija del jefe, y que ha quedado con ella para asistir a la impresionante y secreta fiesta de cumpleaños de su madre, la esposa del jefe. Mientras tanto, Edu (Ernesto Alterio) y Gigi (Enrico Vecchi), que regentan una pizzería al borde de la quiebra, intentan secuestrar al jefe de David con la ayuda de Mati (Clara Lago), una amiga de Paula. Pero, por las mismas circunstancias rocambolescas, se confunden y se llevan amordazado y encapuchado al padre de Edu (José Ángel Egido), el pobre y humillado mantenedor de la empresa del jefe de David. Los caminos de ambos grupos de colgados se cruzarán a lo largo de una tarde y una noche plagadas de circunstancias rocambolescas.

En esta singular comedia de enredo, el sevillano Santi Amodeo (“El factor Pilgrim”, “Astronautas”, “Cabeza de perro”) intenta españolizar y aglutinar el tono gamberro de la saga “Resacón” y de las comedias marca Judd Apatow; la ácida crítica social de tantas comedias sobre bodas y fiestas, con “El guateque”, de Blake Edwards, como referente clásico; la delirante violencia de todas las películas de Quentin Tarantino y de muchas de los hermanos Joel y Ethan Coen; y las espectaculares persecuciones paródicas al estilo de “Granujas a todo ritmo” y sus muchas imitaciones. Tal cóctel, agitado por una planificación agresiva y un montaje trepidante, y servido por unos actores muy bien seleccionados, depara unas cuantas secuencias muy divertidas, en la mejor tradición costumbrista de la comedia clásica española, italiana y francesa, sobre todo en la primera mitad del filme.

Sin embargo, en la segunda parte, el ritmo se desparrama, los enredos se enmarañan hasta la confusión, y las zafiedades —antes, más o menos llevaderas— se multiplican hasta convertirse en toscas e irritantes. De este modo, se limita el público potencial de la película y se pierde una nueva oportunidad de renovar son sutileza y elegancia la maltratada comedia española actual.

Simon (Kacey Mottet Klein) es un espabilado huérfano de doce años, que malvive en un deprimente bloque de pisos, situado en un pelado valle suizo. Con él convive —cuando está— su hermana mayor, Louise (Léa Seydoux), una joven guapa e inadaptada, que pierde sus precarios trabajos con la misma facilidad con que conoce a tipos que no le convienen. Así que Simon se monta diariamente en una telecabina para subir a una cercana y lujosa estación de esquí, para allí, con una sorprendente sangre fría, robar sus pertenencias a los ricos turistas. Con lo que gana al revender esquís, gafas, chaquetas y cascos de marca, logra sobrevivir él y ayudar a Louise, como si realmente fuera el cabeza de familia. Pero el sufrido chaval añora cada vez más el cariño de una madre…

Después de la singular “Home ¿Dulce hogar?”, la cineasta franco-suiza Ursula Meier da un paso adelante en sus retratos de familias disfuncionales con “Sister”, su segundo largometraje de ficción, galardonado con un Oso de Plata Especial en la Berlinale 2012. Se trata de un desapacible drama intimista y social de supervivencia, similar en su tono y factura a las premiadas películas de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne. Como ellos, Meier recurre a una puesta en escena hiperrealista y extremadamente sobria —a ratos, demasiado—, pero cuya propia veracidad se multiplica al captar las conmovedoras interpretaciones, plenas de autenticidad, de todo el reparto, especialmente del niño Kacey Mottet Klein y la actriz Léa Seydoux.

El tono del filme es un tanto pesimista respecto a la fragilidad del ser humano, especialmente vulnerable en épocas individualistas e insolidarias como la actual. Pero, a la vez, también desvela con ternura destellos de su grandeza y tenacidad, sobre todo a través del paradójico sentido moral de Simon, laxo respecto a sus “recolecciones de objetos ajenos”, pero acertadamente riguroso y maduro respecto a la hedonista inmadurez de Louise. De este modo, Ursula Meier conmociona al espectador con su enfoque de la inocencia y el desamparo, le obliga a pensar y a examinar su propia conciencia, e incluso le anima a nadar a contracorriente, por ejemplo respecto a la deshumanizada cultura del aborto o a la tumbativa capacidad redentora del amor desinteresado.

Miguel (Omar Krim) es un taciturno preadolescente que vive en el modesto suburbio de Nazaret, enfrente del puerto de Valencia. Un día cualquiera se lanza a la aventura con sus mejores amigos, Lola (Blanca Bautista Díaz) y Guillermo (Mikel Sarasa), tan inexistentes para su familia como Miguel para la suya. Su objetivo es cumplir una promesa en nombre de su abuelo (José Luis de Madariaga), que padece alzheimer y está encerrado bajo llave, pues se escapa de casa en ropa interior. Se trata de encontrar la tumba de un amigo del anciano, recientemente fallecido, para dejar en ella como exvoto una chaqueta militar. Pero los chavales tendrán que recorrer andando media Valencia para dar con el cementerio en que está enterrado.

Supongo que, al realizar “Los chicos del puerto”, el vallisoletano Alberto Morais (“Un lugar en el cine”, “Las olas”) tenía en la cabeza el cine neorrealista de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, y de tantos cineastas iraníes que han mostrado magistralmente a niños enfrentados a angustiosas odiseas cotidianas. Se aprecian para bien esas valiosas influencias en su austera puesta en escena, de sugerente planificación, y en su lúcida denuncia del penoso desamparo de tantos niños, ignorados y desatendidos por sus padres. Pero su esfuerzo no logra conmover, pues el guion de la película —firmado por el propio Morais e Ignacio Gutiérrez-Solana— incluye demasiados pasajes artificiosos y resulta poco sustancial en sus situaciones y diálogos. Estos defectos desnaturalizan las hipersobrias interpretaciones de los chavales y tornan tedioso su agotador deambular por el extrarradio y el centro de Valencia.

Tratando de escapar de una banda de ladrones, la joven Sonja (Vilde Zeiner) se esconde en el castillo del Rey, al que escucha contar una triste historia. Hace tiempo, su hija, la pequeña princesa Goldenhair, desapareció en la oscuridad del bosque mientras buscaba la Estrella de Navidad. Abrumado por el dolor, el rey maldijo el objeto. Ahora, la única forma de romper esa maldición y devolver a la princesa a su castillo es encontrar la estrella antes de la próxima Navidad. La valiente Sonja emprende entonces un peligroso viaje en busca de la Estrella de Navidad, acompañada y ayudada por diversos personajes mágicos.

Esta es la sinopsis de “En busca de la Estrella de Navidad”, cuya distribuidora no ha mostrado a la prensa, quizás porque su estreno en cines es muy limitado y se realiza sobre todo como preparación de la salida del filme en DVD y Blu-Ray el próximo 18 de diciembre. Por su tráiler, parece una producción familiar positiva y espectacular, muy apropiada para estas fechas ya prenavideñas. Además, su director es el noruego Nils Gaup, responsable de películas estimables, como “Pathfinder, el guía del desfiladero” (1987), “La cabeza sobre el agua” (1993) o “Estrella del Norte” (1996). El filme ha gozado de un notable éxito en los países escandinavos, donde la crítica elogió sobre todo sus imaginativos efectos visuales y la espléndida interpretación de la joven protagonista, Vilde Zeiner.

Aunque también es autor de otros populares relatos infantiles, como “The Littlest Snowman” o “The Small One” —que inspiró el espléndido cortometraje animado “Un borrico en Navidad” (1978), dirigido por Don Bluth para Disney—, el estadounidense Charles Tazewell (1900-1972) es conocido sobre todo por “The Littlest Angel (El pequeño ángel)”, que escribió en tres días de 1939 como un guion para un programa de radio que nunca llegó a grabarse. En 1946 publicó ese relato en forma de libro, y obtuvo un éxito inmediato, hasta convertirse en una de las obras infantiles más traducidas y vendidas en todo el mundo. En 1950, la actriz Loretta Young realizó una popular grabación para los discos Decca. Y en 1969, el libro fue convertido por Joe Layton en un telefilme musical de acción real para el Hallmark Hall of Fame, con Johnny Whitaker, Fred Gwynne y John McGiver como principales protagonistas. Se estrena ahora una sencilla versión en animación 3D, dirigida por el estadounidense Dave Kim (“Elf Bowling the Movie: The Great North Pole Elf Strike”, “My Colombian Bride Vacation”), especialista en efectos visuales.

Pequeño Ángel es el más joven de todas las criaturas angélicas que viven en el Cielo, un lugar bellísimo y armonioso, en cuya Academia de Ángeles sus alumnos aprenden todo lo necesario para poder desempeñar en el futuro su labor en la Tierra, ayudando a los seres humanos a encontrar a Dios. Allí les enseñan a cantar, a hacer nubes, a volar… Pero el inquieto, travieso y torpe Pequeño Ángel se despista con suma facilidad y acaba provocando todo tipo de desastres, para desesperación de su tutor, el Maestro Alban. Además, echa mucho de menos un cofre que tenía en la Tierra, en el que guardaba sus objetos más preciados. Así que un día se fuga al mundo terrestre, en busca del cofre, en compañía de su mascota celestial, el cachorro Halo. Mientras tanto, en el Cielo se prepara con júbilo la Encarnación del Hijo de Dios, y todos se esfuerzan por preparar un presente adecuado para regalárselo al Niño Jesús en su primera Navidad.

Aunque su guion es un tanto episódico y deslavazado, la película cae simpática por su visión naïf del Cielo, sus divertidos golpes de humor y sus pedagógicas reflexiones en torno a las principales virtudes que va adquiriendo Pequeño Ángel en su accidentado aprendizaje. En este sentido, se trata de una buena película para los más pequeños. Sin embargo, seguramente aburrirá a los adultos, por sus citados defectos narrativos y porque su limitada animación, aunque expresiva, contrasta mucho con la alta calidad de las producciones animadas de las últimas décadas.

La ciudad gallega de Tuy, en plena Edad Media. Unos piratas normandos asaltan el barco del comerciante Pedro Cabaledo, atracado en el muelle de su casa. Mediante sus innatas cualidades para la magia, su hijo Bieito Dubidoso, de nueve años, consigue que los guerreros huyan despavoridos y dejen como pago a una niña francesa, a la que el chaval pone el nombre de Destreza. A raíz de este hecho, la fama de Bieito traspasa los muros de su casa, se gana la admiración de sus vecinos y las suspicacias del Obispo Juan, el cruel señor de la ciudad, que vive amancebado con la culta judía Sara Homedouro.

El escritor y cortometrajista vigués Roque Cameselle debutó en el largometraje con esta modesta producción en gallego, inicialmente nominada al Goya 2012 a la mejor película de animación, aunque más tarde eliminada por diversas irregularidades. Se trata de la adaptación de los primeros capítulos de la novela “Bieito Dubidoso”, del propio Casamelle, publicada en 2003 y de la que se está preparando una serie de televisión. Aunque su animación tradicional 2D es limitada y no demasiado original en sus diseños de personajes y fondos, la película goza de una sugestiva planificación y un ágil montaje —a cargo del prestigioso Fernando Pardo—, que la hacen agradable de ver. Además, el guion tiene continuidad narrativa y mezcla hábilmente el drama, la comedia, las aventuras y la fantasía.

Sin embargo, el conjunto se ve lastrado por el planteamiento de fondo de su argumento, que relata muy libremente los conflictos políticos reales del Obispo Juan de Tuy (1168-1173) con el Obispo de Compostela Diego Xelmírez, el Rey de Galicia Fernando II y el Rey de Portugal Afonso Henriques. Ciertamente, cabe elogiar el sugerente retrato que hace Cameselle de la familia Cabaledo, su exaltación de la formación cultural y científica —especialmente entre los jóvenes—, y sus ciertos esfuerzos para delimitar la magia de la religión, y para mostrar ésta con respeto, al menos en su faceta de relación de los seres humanos con Dios. Sin embargo, esos valiosos enfoques se debilitan por el tono excesivamente discursivo del guion y, sobre todo, se enturbian por su tétrica visión de la jerarquía católica, encarnada por el fornicario Obispo Juan y sus crueles monjes y soldados, que incluso realizan en el filme un auto de fe contra una pobre mujer acusada de brujería. Son temas muy delicados, que exigirían un contexto más desarrollado, y que parecen poco apropiados en una película destinada sobre todo al público infantil. También es discutible su acrítico elogio del multiculturalismo, aunque esté enfocado más bien como contrapeso del racismo de la época.

En un futuro cercano, la humanidad sufre la devastadora pandemia de un extraño virus, que convierte a la gente en agresivos zombis caníbales. Al poco, los científicos sintetizan una proteína que permite que los infectados sean recuperados durante las primeras horas de afección. Pero el compuesto sólo bloquea el virus, de modo que los retornados —como se les llama oficialmente— deben inyectarse a diario la proteína para evitar transformarse en zombis. Kate (Emily Hampshire) trabaja en una unidad de retornados, investigando una vacuna definitiva contra el virus y ocultando la poderosa razón de su dedicación: su novio, Alex (Kris Holden-Ried), es un retornado. Cuando crecen los rumores fundados en torno la escasez del stock del tratamiento, el clima social se vuelve cada vez más tenso, y aumentan los ataques violentos de los grupos antiretornados. El caos se desata cuando el Gobierno reconoce finalmente la escasez de la proteína y paraliza las investigaciones, obligando a todos los retornados a ingresar en un centro militar de alta seguridad. Temiendo lo peor, Kate y Alex deciden no acatar las órdenes y huir. Comienza así su cuenta atrás por la supervivencia.

Generosamente coproducido por la empresa española Filmax, este tercer largometraje del barcelonés Manuel Carballo (“El último justo”, “La posesión de Emma Evans”) plantea un enfoque novedoso del subgénero de zombis, tan trillado por el cine de terror de las últimas décadas, y que aquí decanta en una historia con predominio del drama intimista y la denuncia del racismo. El resultado es entretenido e interesante gracias al correcto guion de Hatem Khraiche, la esmerada realización de Carballo, la naturalista fotografía de Javier Salmones y el montaje más bien sereno de Guillermo de la Cal. Además, da la talla todo el reparto, compuesto por actores poco conocidos pero eficaces. Sólo le sobra a la película alguna boba concesión sexual y algún pasaje demasiado sanguinolento, y sólo le falta un par de puntos de intensidad y emotividad.

La joven Elena (Emma Fitzpatrick) y sus amigos acuden a una fiesta en una discoteca subterránea, donde los asistentes mueren acuchillados, troceados y aplastados por una serie de macabros artefactos accionados por un psicópata enmascarado (Randall Archer). Cuando la masacre termina, Elena es la única superviviente. Pero, antes de que logre escapar, alguien la encierra en un baúl y se la lleva a un lugar desconocido. Por suerte para ella, un hombre, Arkin (Josh Stewart), sabe exactamente dónde está, pues acaba de escapar de allí y conserva, por muy poco, la vida y la cordura. Volver a esa casa de los horrores, llena de trampas, es lo último que desearía hacer Arkin. Pero el acaudalado padre de Elena, el Sr. Peters (Christopher McDonald), contrata a un grupo de mercenarios de élite, que le obligan a guiarles a la infernal guarida del asesino.

Coescrita y dirigida por el estadounidense Marcus Dunstan —guionista de las cuatro últimas entregas de la sangrienta saga “Saw”—, “The Collection” da continuidad a la desmelenada “The Collector” (2009), también dirigida por Dunstan. De principio a fin, la película da lo que promete: violencia radical, sadismo sanguinolento y morbosas secuencias gore, indigeribles por estómagos mínimamente sensibles. Y nada más. La hiperrealista realización de Dunstan es ágil y tiene personalidad visual. Por su parte, los actores sufren y gritan con espeluznante convicción. Pero nada de eso aporta un solo gramo de humanidad a los estereotipados personajes, ni rebaja la absoluta inverosimilitud de la trama, ni eleva mínimamente la férrea condición general de la película, destinada a los fans poco exigentes del terror más extremo. Lo peor es que su desenlace es abierto, de modo que prepara el camino para una tercera entrega y la consiguiente consolidación de esta franquicia deplorable.