La primera vez que ETA mató a un niño
Este domingo se cumplen cuarenta años del atentado que se cobró la vida de José María Peiró, de 13 años, al que un paquete bomba de ETA alcanzó en Azpeitia
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Este domingo se cumplen cuarenta años de la muerte del primer niño asesinado por ETA. El 29 de marzo de 1980, el estudiante José María Peiró Caraballo, natural de un pequeño pueblo de Badajoz y que vivía en Azpeitia (Guipúzcoa), volvía a casa con otros dos amigos después de jugar un partido de fútbol.
Los tres chicos vieron un paquete en el suelo y el joven José María, de trece años, se acercó y lo golpeó con el pie. Dentro del paquete había una bomba que mató al niño en el acto y provocó graves heridas en uno de sus amigos, Fernando García López.
Se trata de un relato sencillo, casi telegráfico. Fue el azar el que colocó a José María en medio del terror criminal de ETA. El objetivo de la banda terrorista era un guardia civil que vivía en el mismo bloque de viviendas que la familia del joven. Un comando había colocado el artefacto explosivo bajo el vehículo del agente, pero, cuando este arrancó el coche aquella mañana, la bomba no estalló. Así fue como José María y sus amigos se toparon con él.
Años después, su madre contó al diario ‘El Mundo’ que “el pobre muchacho guardia civil” fue al domicilio familiar a disculparse.
Es, en efecto, una historia que puede resumirse en unos pocos párrafos pero que supuso añadir una nota más aberrante aún si cabe al recorrido criminal de ETA. José María Peiró fue el primer niño asesinado por la banda. Una víctima colateral en el que fue el año más sangriento de la historia de la banda, 1980, con 98 víctimas.
Seis años después de su muerte, la Audiencia Nacional condenó a 23 años de cárcel a los autores del crimen, Francisco Fernando Martín Robles, Jesús María Zabarte Arregui y Jon Aguirre Aguiriano. Posteriormente fue sentenciado un cuarto miembro del comando, José Gabriel Urizar Murgoitio.
El padre y la hermana de José María fueron de los primeros en llegar al lugar del atentado. Su hermana reconoció el cadáver por las zapatillas que ella misma le había dejado al joven para ir a jugar su partido de fútbol.