Monasterio de Santa María del Parral, la promesa de un camorrista
Segovia es un mosaico de belleza, arte, historia e historias y de entre todos los lugares fascinantes que nos ofrece, destaca, como una joya casi escondida
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Segovia es un mosaico de belleza, arte, historia e historias y de entre todos los lugares fascinantes que nos ofrece, destaca, como una joya casi escondida, el monasterio de Santa María del Parral, llamado así porque en ese mismo lugar especialmente frondoso, antes había una ermita rodeada de parras.
Ubicado en extramuros, casi a los pies del Alcázar y con unas vistas privilegiadas, este monasterio, con tres claustros de los que sólo se puede visitar uno, es todo un superviviente que resistió estoicamente a incendios, guerras de sucesión, a la destrucción y el saqueo al que lo sometieron las tropas napoleónicas y a la destructora desamortización de Mendizábal que lo condenó a ser abandonado y a que su iglesia terminara convertida en cuadra.
De manera milagrosa y a pesar de esos penosos avatares, el monasterio logró sobrevivir y el retablo que alberga, considerado Monumento Nacional, consiguió superar también todas las adversidades. Resulta curioso comprobar, además, que ese retablo lo preside la Virgen de La Paz, justo en el lugar en el que Juan Pacheco, Marqués de Villena, que según dicen era un camorrista con suerte, dirimía habituales diferencias con sus adversarios, a golpe de duelo.
Cuentan que cada vez que el pendenciero marqués retaba a alguien en duelo, y lo hacía con frecuencia y mucha suerte, lo citaba en este lugar. Uno de esos días, vio que su suerte podía cambiar porque el contrincante retado no acudía solo sino acompañado de dos más. Sabiéndose en clara desventaja, dio rienda suelta al ingenio y, para sembrar la duda de la traición entre ellos, cuando se acercaron, les dijo: “si el que me lo prometió cumple su promesa, no seréis tres contra uno, sino que seremos dos contra dos”. Ante la posibilidad de que uno de ellos pudiera ser un traidor que se iba a poner al lado del marqués, los recién llegados decidieron salir huyendo. El Marqués de Villena, prometió entonces financiar el monasterio que Enrique IV, hermanastro de Isabel la Católica, había ordenado construir en aquel mismo lugar donde quería ser enterrado. Finalmente, muerto el rey, Juan Pacheco decidió apropiárselo y convertirlo en el lugar para su propio enterramiento y el de su esposa.
Desde el claustro de este monasterio, ”…allá lejos, entre trigos amarillos, la Catedral de Segovia, como un enorme transatlántico…” que escribió Ortega y Gasset, una catedral cuyas torres destacan desde cualquier punto cardinal y lo hacen, efectivamente, emergiendo como un barco surcando un mar de trigo y que, llegando desde Valladolid a Segovia, impresiona, como telón de fondo, recortándose sobre la inquietante silueta de la Sierra de la Mujer Muerta y las leyendas que la rodean.
Cuenta la leyenda que hace mucho, mucho tiempo, llegaron Hércules y otro caballero a esas montañas en las que vivía una princesa. El caballero se enamoró de ella, pero el rey era contrario a esa relación, de manera que decidió llevar a su hija a la montaña y asesinarla antes que consentir que se casara con el extranjero.
El caballero, roto de dolor, le pidió a Hércules que esculpiera el cuerpo de su amada en la montaña y, desde entonces, cuentan los viejos de todas las generaciones que, con frecuencia, él, convertido en nube, baja a la tierra para envolver a la princesa en un postrero abrazo y que, por eso, tantas veces, la silueta de la princesa queda oculta tras una nube convertida en niebla.
En ese entorno privilegiado, el Monasterio de la Virgen del Parral, con el agua poniéndole sonido a su historia y su leyenda, lo habitan unos pocos monjes de clausura que cada domingo, en la misa de 12, nos deleitan con emocionantes cantos gregorianos.