San Antonio de la Florida, los frescos de Goya y la misteriosa y macabra desaparición de su cabeza

Fue en el siglo XIX, cuando las modistillas de Madrid convirtieron a la de San Antonio en leyenda casamentera cuando decidieron echar sus alfileres en la pila de agua bendita

San Antonio de la Florida, los frescos de Goya y la misteriosa y macabra desaparición de su cabeza

Ana L. Quiroga

Publicado el - Actualizado

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“Hace seis años que me faltó de todo punto la salud, y especialmente el oydo, hallándome tan sordo que no usando de las cifras de la mano no puedo entender cosa alguna, por lo que no he podido ocuparme en cosas de mi profesión…”.

Así describía Francisco de Goya, en 1778, la enfermedad que le aquejaba y por la que terminó quedándose sordo, pero que no fue un obstáculo para que Jovellanos, ministro del nuevo gobierno tras la dimisión de Godoy, le encargase decorar la ermita de San Antonio de La Florida, en Madrid, al pintor aragonés al que le unía una gran amistad, tal como el mismo Goya reconoció en una carta dirigida a otro amigo, Martín Zapater: “El ministro se ha excedido en obsequiarme, llevándome consigo a paseo en su coche, haciéndome las mayores expresiones de amistad que se pueden hacer, me consentía comer con capote porque hacía mucho frío, aprendió a hablar por la mano y dejaba de comer para hablarme…”.

San Antonio de la Florida, los frescos de Goya y la misteriosa y macabra desaparición de su cabeza

Fruto de aquel encargo, son los frescos que hoy podemos admirar en la pequeña Ermita de San Antonio de la Florida, donde ángeles y querubines comparten espacio con algunos personajes inquietantes y, sobre todo, con personajes castizos y populares que contemplan el Milagro de San Antonio de Padua.

Cuenta la tradición que, estando San Antonio en Padua, recibió la noticia de que, en Lisboa, su padre había sido condenado a muerte después de ser acusado, falsamente, de asesinato. San Antonio sería transportado de forma inmediata y milagrosa por unos ángeles hasta Portugal, donde ante una gran multitud, hizo resucitar al joven asesinado que confesó en voz alta la inocencia de su padre, un milagro recogido incluso en viejos romanceros:

“… Fue al sepulcro y con tristeza / al difunto lo llamó / y luego al punto salió / fuera de la sepultura (…) Y el difunto contestó / con una voz dolorosa, / ronca triste y lastimosa (…) / Yo digo la verdad pura / que ese hombre no sabe nada / de mi triste desventura, / que lo vuelvan a su casa / y a mí a la sepultura…”.

Ahí, bajo esos frescos que hacen de la Ermita de San Antonio de la Florida un lugar único, descansan los restos incompletos de Goya, envueltos en uno de los mayores misterios que rodean su figura. El pintor falleció en Burdeos y allí fue enterrado inicialmente. Cuando apenas 60 años después de su fallecimiento exhumaron sus restos para trasladarlos a España, comprobaron con horror que faltaba su cabeza, cuyo paradero sigue un enigma no exento de macabras interpretaciones que hablan de sectas y de tétricos experimentos. El resto de su cuerpo comparte tumba con su suegro bajo la cúpula en la que dejó su impronta como genio de la pintura. Para preservar su obra, en 1929, al lado de la ermita original, se construyó otra idéntica para que en ella se celebrasen los cultos.

Existen documentos que prueban que, donde hoy se levantan esas ermitas hubo antes otra en la que se custodiaba una imagen de Nuestra Señora de Gracia con fama de milagrera a la que se encomendaban las lavanderas que bajaban cada día a trabajar en la orilla del Manzanares.

San Antonio de la Florida, los frescos de Goya y la misteriosa y macabra desaparición de su cabeza

Foto cedida por el Ayuntamiento de Madrid

Fue en el siglo XIX, cuando las modistillas de Madrid convirtieron a la de San Antonio en leyenda casamentera cuando decidieron echar sus alfileres en la pila de agua bendita. En una tradición que todavía se conserva, decían que si el 13 de junio las jóvenes solteras pasaban la mano por el fondo de la pila, al año siguiente tendrían tantos pretendientes como alfileres se les quedaran prendidos en ella.

En ese entorno tan cargado de arte y leyenda, la historia ha dejado también su huella imborrable, porque a tan solo uno metros, a los pies de la Montaña del Príncipe Pío, se encuentra una pequeñísima parte de lo que fue el Cementerio de La Florida, donde fueron fusilados y están enterrados 44 héroes del 3 de mayo de 1808, retratados de manera estremecedora por Goya.

La historia nos dice que la venganza de los franceses por el levantamiento del pueblo de Madrid contra su ocupación fue terrible, que les bastaba encontrar a alguien con unas tijeras en el bolsillo, como el caso de Manuela Malasaña, para fusilarlo y que Madrid se cubrió con la sangre de sus héroes, en un levantamiento épico.

San Antonio de la Florida, los frescos de Goya y la misteriosa y macabra desaparición de su cabeza

Fotos cedidas por el Ayuntamiento de Madrid

Según los expertos, el pintor podría haber presenciado parte de los fusilamientos en el entorno de la actual Gran Vía, porque él vivía entonces en la calle Sacramento, pero dicen que no es probable que fuera testigo presencial de los acontecidos en la Montaña del Príncipe Pío y que, seguramente para pintar su cuadro inmortal, se habría inspirado en el relato de Juan Suárez, el único superviviente de aquella masacre, un artesano que logró escapar haciéndose el muerto, tal como consta en el Archivo de la Villa, en un relato recogido de boca del propio Suárez: “a las quatro de la mañana salió atado para la Montaña del Príncipe Pío, donde al tiempo de arrodillarse con los demás para recibir la descarga, pudo desatarse, y quando hicieron esta, figurándose muerto antes de disparar, se echó a rodar por aquella cuesta hasta la hondonada…”.