La coalición abre un cambio de etapa pendiente del rol de Iglesias tras el 4-M
La Moncloa no ve al líder de Podemos recogiendo el acta de la Asamblea de Madrid
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El gong de las urnas del 4-M debe servir para encajar piezas pendientes en el seno de la coalición y avanzar al unísono en su hoja de ruta. La apuesta se antoja meridianamente clara de producirse una debacle de las izquierdas: Acelerar la vendida como “agenda reformista” para marcar territorio en los próximos meses. Están por ver los resultados, incluso en sus arreglos con socios de investidura. La intentona fallida de disfrazar una subida de impuestos eliminando la tributación conjunta del IRPF emerge como el presagio de lo que está por venir desde el Gobierno de Pedro Sánchez.
De puertas adentro, la engrasada relación entre Sánchez y Yolanda Díaz ha ido intensificándose en estas semanas, aun cuando existan escollos por solventar en el horizonte. La reforma laboral, la de pensiones o la fiscal, la nueva ley de vivienda, etc., son retos sobre la mesa de un Consejo de Ministros sin Pablo Iglesias. La órbita socialista del Gobierno no echa de menos a Iglesias. Al contrario. El alivio se extendió en La Moncloa desde su salida para bajar a la arena electoral de Madrid. Con el secretario general de Podemos, el choque interno llegó a alcanzar el clímax y el vuelo de puñales intramuros del complejo presidencial en su contra han resultado habituales.
Una de las incógnitas del día después a las urnas, según admiten altos cargos, será el papel de Iglesias cuyo equipo ha sostenido que ejercerá con las manos libres presión sobre Sánchez desde fuera. La pretensión de Iglesias de ensayar, al menos en el corto-medio plazo, una bicefalia al estilo del PNV con Díaz, el uno liderando el partido, la otra el sector morado de la coalición, es acogida con prevención en el núcleo duro del PSOE por adentrarse en territorio desconocido. Visualizan muchos la voluntad de Pablo Iglesias de querer compaginar Gobierno y Oposición “sin dar un palo al agua”, como siempre le reprochó el entorno del presidente.
Como un paso “sin vuelta atrás” hacia su “jubilación”. Así fue entendido el adiós de Iglesias en el ala socialista, instalándose de inmediato en la confianza de la entente de Sánchez con Díaz y de las formas de la vicepresidenta tercera. Asumían que las diferencias ideológicas iban a seguir en el Consejo de Ministros, aunque descontaron que la titular de Trabajo eludirá convertir el clima en irrespirable en el Gobierno. A pesar de mantener conversaciones, los ajustes en la coalición aún están por hacerse entre Pedro Sánchez y Yolanda Díaz, entre otros aspectos, retomar o no las reuniones de coordinación gubernamental de las facciones, PSOE y Podemos.
El presidente decidió a finales de noviembre castigar a su ex vicepresidente sin esas citas. Ni la de los lunes, conocida como maitines, a la que acudían los colaboradores más estrechos de Sánchez e Iglesias, ni tampoco la personal entre ambos líderes que solía celebrarse los viernes. Solo se vieron en los Consejos de Ministros hasta la despedida de Iglesias el 30 de marzo. A partir de ahí, en La Moncloa anticipan su convicción de que Iglesias siquiera recogerá el acta de diputado de la Asamblea de Madrid, siendo además Podemos previsiblemente quinta fuerza. Descontada la estancia en la Puerta del Sol de Isabel Díaz Ayuso, reniegan de otorgarle el beneficio de la duda sobre si cumplirá su compromiso de dedicarse a la política madrileña.
Desde el complejo presidencial dan carta de naturaleza a la ambición de Iglesias de desembarcar en la televisión, además de una vuelta a la docencia. Al fin y al cabo, continúan augurando la disolución de Podemos en los mejores números de Izquierda Unida, una veintena de escaños, haciéndose el PSOE con su sangría en unas futuras elecciones generales todavía previstas para 2023.