HISTORIA DE PAMPLONA
¿De dónde viene la tradición de bailar los gigantes de Pamplona en San Fermín?
En la sección de "Historia de Pamplona" Pedro del Guayo nos cuenta la anécdota por la que los gigantes bailan en San Fermín
Pamplona - Publicado el - Actualizado
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En la sección de "Historia de Pamplona" Pedro del Guayo nos cuenta la anécdota por la que los gigantes bailan en San Fermín.
El bloqueo aliado de Pamplona
La situación de Pamplona resultaba preocupante. En su interior se agrupaban miles de ciudadanos que veían con mezcla de terror y esperanza cómo las tropas aliadas iban rodeando la ciudad. Terror, por verse de nuevo metidos en las privaciones de alimentos y movilidad. Esperanza, por sentir cada vez más cerca la liberación de la capital. El papel que le tocaba desempeñar al general Cassán era complicado. Tendría como desafío el defender las murallas del ataque de un número de enemigos mucho mayor. En los hospitales había 500 heridos y 260 enfermos que debían seguir atendiendo. La moral de la guarnición estaba baja. Las continuas derrotas, el sentirse perseguido, cazado y exterminado, el verse aislados y con la incertidumbre de si alguien vendrá a socorrerlos, hacía mella en su espíritu.
Por el contrario, las tropas sitiadoras llegaban con seguridad, envalentonados por la gran victoria que había ocurrido días antes. Fueron entrando por Berrioplano y, poco a poco, rodearon la ciudad. Ocuparon Berriozar, Artica, Ansoáin, Villava, Sarriguren y Cordovilla. Y en las zonas de Barañáin, Mutilva, Mendillorri, Cordovilla y Santa Lucía colocaron poderosas baterías de cañones que respondían al fuego de artillería francés.
Pronto los ingenieros comenzaron a trazar los lugares para el atrincheramiento. Y a los pocos días, la Cuenca de Pamplona se transformó en un gigantesco campo atrincherado. Los asediados comprobaron que la intención de los atacantes sería el de rendirlos por hambre. Se dieron cuenta de que iba a ser un Sitio muy duro.
Las defensas de la capital eran magníficas. Intentar conquistarla con las armas hubiera sido una tarea larga, costosa, difícil y que causaría muchas bajas. Por ello, Wellington decidió dese el principio rodearla y que los franceses acabaran capitulando por necesidad. Para organizar el asedio dejó al mando a su lugarteniente, el experimentado Thomas Picton, quien cumplió las órdenes de su superior con rigurosidad. Posteriormente éste será reemplazado por O´Donnell, conde de la Bisbal quien a su vez, el 27 de julio, será reemplazado por Carlos de España. Curiosamente la División de Espoz no participó, fue mandada a Aragón para luchar contra las tropas napoleónicas que allí quedaban. Ni él ni sus guerrilleros pudieron ver el ansiado final del dominio francés sobre Pamplona.
Junio
Lo primero que ordenó el general Cassán fue un recuento de todos los víveres existentes en la ciudad. El día 26 ordena que, quien no tenga sustento para tres meses deberá abandonar Pamplona. Se crearon comisiones para revisar todas las casas y hacer cumplir la orden. Para el 10 de julio 2.421 personas, entre los que había hombres, mujeres y niños, habían abandonado la capital y fueron conducidos a las líneas aliadas. El general inglés permitió la evacuación de estas gentes. El futuro que se les abría ante sus ojos era incierto. Los más afortunados contarían con familia en algún pueblo que les acogiese en su casa. Los otros deberían buscarse la vida como fuera.
Julio
Durante el mes de junio y a lo largo de julio, los aliados se centraron en mantener la disciplina y moral de los soldados, cuidar de todo el material bélico y mantener una rigurosa vigilancia sobre los franceses. Cassán estaba obsesionado con disponer de todos los víveres posibles para un asedio que se preveía largo. Por ello tomó la decisión de reducir la ración de carne a sus tropas desde finales de junio. Entrados en el nuevo mes, volvió a recortar aún más los ranchos de sus soldados. Consideró que el vino haría más falta en los hospitales y ordenó que todo el que tenían almacenado se utilizase exclusivamente con los pacientes.
Se realizaron campañas de búsqueda de alimento por los campos y huertas que rodeaban a la ciudad. Los cereales estaban crecidos y las verduras, legumbres y árboles frutales, concentraban toda su atención al encontrarse relativamente cerca de la muralla y resultaba fácil de coger. Pero en estas salidas, a las que los franceses denominaban “ir a por verde” se llegaron a desarrollar sangrientos combates. Los soldados aliados estaban constantemente vigilando las puertas de la ciudad y, en cuanto se abrían, caían sobre los que cayese con rapidez. Otras veces esperaban a que hiciesen su trabajo y, antes de que regresasen a la Plaza, les atacaban e impedían metieran los víveres dentro. Estas acciones de recolección sembraron de cadáveres de ambos bandos los campos próximos a Pamplona. Los franceses pensaron que por la noche sería más fácil engañar al enemigo. Pero tras alguna salida nocturna exitosa, pronto los sitiadores conocieron la treta y la noche pasó a iluminarse de fogonazos de mosquete, de brillos de bayoneta y de alaridos de dolor. El general Cassan ordenó, aun conociendo que dichas salidas resultaban muy costosas, que fueran “a por verde” dos veces por semana. Incluso puntualizó que no se abrirían las puertas a ninguna patrulla que viniese con las manos vacías. Las acciones solían ser rápidas. Se seleccionaba un objetivo y se preparaban los soldados para la acción. Desde las murallas se solía cubrir la recolección con artillería, que era rápidamente respondida por los puestos que rodeaban la ciudad. Estas escaramuzas terminaban convirtiéndose en auténticas batallas con cientos de combatientes.
El 14 de julio llegaba a los alrededores de Pamplona el general Enrique O´Donnell al frente del Ejército de Reserva de Andalucía. Sustituiría a Picton como jefe del bloqueo. Dieron el relevo a los mandos y tropas peninsulares. Las tropas que habían estado desde el principio del Sitio se desplazaron hacia el norte. Lord Wellington tenía puestos los ojos en San Sebastián y en reforzar la frontera con Francia.
Fue sucediéndose el mes a golpe de escaramuzas hasta que llegó el día 27. La guarnición francesa de Pamplona comprobó movimientos anormales en las filas aliadas. Al ver pasar convoyes de heridos y escuchar sonidos de cañones supieron que la ayuda que deseaban se estaba acercando. Y efectivamente era así. Tras la salida de José I de España, su hermano Napoleón le destituyó del cargo y se preparó una gran ofensiva cuya misión, entre otras era la liberación de Pamplona. Puso al mando del ejército al mariscal Soult, quien cruzó los pirineos por diferentes puntos, derrotando a las guarniciones que vigilaban los pasos. Soult, al mando de 40.000 soldados hizo su entrada por Roncesvalles el 24 de julio. Mientras el general Drouet, conde D´Erlon, que estaba bajo su mando, lo hizo por Baztán con un ejército de 20.000. Parte del numeroso contingente francés llegó hasta el pueblo de Sorauren, donde fue detenido y rechazado por Wellington. Desde Pamplona podían escuchar perfectamente los sonidos de la batalla que se estaba librando al otro lado del monte San Cristóbal. Cassan ordenó una salida de varios cientos de soldados. Maucune, lugarteniente de Cassan, quiso facilitarles la entrada en la ciudad para lo cual irrumpió en el puente de la Magdalena con trescientos infantes y un centenar de gendarmes a caballo, batiendo a quien se oponía a su paso en dirección a Villava. Por otro lado otros doscientos soldados imperiales con piezas de artillería se acercaron por Capuchinos y convento de San Pedro hasta alcanzar la Casas Colorada, cuartel que había sido de los gendarmes y miqueletes1 durante toda la ocupación. La idea era mantener las posiciones para recibir a los libertadores y que tuviesen el camino libre hasta la ciudad. Pero con el paso de las horas, la situación se hizo insostenible y debieron regresar a la ciudad. La acción les costó dos muertos y diecisiete heridos.
Durante el día 28 se siguieron escuchando los sonidos de la batalla cercana. Cassán volvió a intentar una salida hacia el puente de la Magdalena con seiscientos hombres. Pero el fuego de la batería de Santa Lucía y el empuje de las tropas sitiadoras hicieron que se volviesen a retirar.
El día 30 todo terminó. Desde Pamplona ya no se oía cercano el fragor de la batalla. Poco a poco el sonido se fue alejando hasta enmudecer y supieron que la ayuda nunca llegaría. Soult no fue capaz de acabar con el frente de Wellington y se batió en retirada dejando 8.000 franceses muertos tras de sí. No se volvió a intentar recuperar Pamplona. Cassan y sus tropas se quedaban abandonadas a su suerte.
Agosto
Durante el mes de agosto las salidas por provisiones siguieron sucediéndose. Según sabemos, fueron menos frecuentes debido a que las cosechas de los campos ya se habían recogido. Los combates que se desarrollaron fueron menores, pues las tropas empleadas en tales actividades se habían reducido. La ciudad llevaba ya un largo mes de bloqueo y los almacenes de alimentos menguaban cada día más. El general Cassán volverá a reducir las raciones de la tropa. A sabiendas de que sería muy improbable otra operación exterior de ayuda, debían racionar todo lo que tenían. Ordenará el consumo de carne de caballo e incluso de burro.
Si la situación de los franceses comenzaba a ser desesperada, la de la población era aún peor. Sin negocios, sin mercados donde conseguir víveres, cada uno se vio empujado a sobrevivir con lo que tenía. Posiblemente existía cierta solidaridad entre vecinos pero en situaciones desesperadas los lazos de amistad y civismo se reducen. Se sabe que existía un mercado negro, en el cual se podían conseguir alimentos y otras cosas de primera necesidad. Pero no todos podrían acceder a él debido a lo elevado de los precios.
A principios de mes, los pamploneses debieron someterse a una nueva inspección de sus hogares. El gobernador francés deseaba conocer el estado del vecindario. Comprobó qué hogares no tenían ya nada que llevarse a la boca y cuáles aún disponían de alimentos, incluso para poder “donarlos” a la tropa francesa. Una vez terminada la revisión se demostró que unas 200 personas vivían en la indigencia total. Por lo que ordenó que fuesen evacuados de la ciudad de la misma manera que se hizo a principios del bloqueo. El 7 de agosto salieron de Pamplona, pero esta vez no se les dejó paso libre por parte de las tropas sitiadoras. Fueron recibidos con fuego de artillería. Uno de ellos murió y dos resultaron heridos. Cassan ordenó que volviesen a la ciudad. El general francés se escribió con Carlos de España, responsable entonces del sitio, reprochándole la conducta que había tenido con los civiles. La respuesta fue tajante. En delante no se acogería a nadie que saliese de la ciudad. Cualquier persona que intentase llegar a sus posiciones sería abatida. Le responsabilizaba de las vidas de los habitantes de Pamplona. Añadiéndole que sobre su conciencia caerían todas las muertes que se produjesen y, tras la liberación de la Plaza, debería responder por las víctimas. Le instaba a rendirse y acabar así con el sufrimiento de muchos.
Como respuesta y queriendo hacer notar a su enemigo que su situación no era desesperada, ordenó que el día 15 se celebrase por todo lo alto el cumpleaños del Emperador. Dará a conocer a los aliados el programa de la jornada. Empezaría el día con cincuenta cañonazos sobre cada una de las baterías enemigas. Después se celebraría una misa en la Catedral en honor al Emperador de los franceses con la asistencia de todas las autoridades civiles y militares. A las cinco de la tarde se ofrecería un generoso ágape. Se doblará la ración de la tropa y los detenidos por la policía serían liberados. Además, y para dar muestra de mayor fortaleza, ordenó que se repitieran los festejos y actos el día 25, cumpleaños de la emperatriz María Luisa.
Cómo veía el vecindario dichas manifestaciones de orgullo no nos han llegado. Nos podemos hacer una idea de qué podía pasar por sus cabezas. Serían conscientes de que las horas de los franceses en su ciudad estaban llegando a su fin. El ejército aliado era enorme y su situación era claramente ventajosa. En dichas celebraciones escucharían por obligación los discursos vacíos de sus opresores y aprovecharían para, el que pudiera, saciar un poco el hambre.
Deseando subir la moral de sus soldados, Cassán ordenó se pagase el sueldo del último mes a sus tropas. El problema es que apenas había dinero. Por ello impuso, mediante una orden el 5 de agosto, un préstamo obligatorio de 40.000 reales de vellón a las familias más acomodadas de la ciudad. El Consistorio reaccionó ante tal cantidad. Comunicaron a Cassán que no disponían de tanto dinero. El general volvió a insistir y acabó amenazando que si para el día 23 de dicho mes no se había reunido la cantidad exigida tomaría medidas drásticas.
Llegó el día 29 y no se había entregado la suma pedida, aun habiéndose pasado la fecha. Los franceses entraron en el Consistorio en plena reunión de los regidores. Todos fueron apresados por incumplir las órdenes dadas. A continuación, las tropas se dedicaron a requisar todo objeto de valor que había en el municipio, no sin antes tasarlo y ponerlo por escrito. Entraron en todas las iglesias de la ciudad y tomaron todo lo necesario hasta alcanzar la cifra marcada. Incluso se sabe que sustrajeron todo lo que había de valor en la capilla de San Fermín. Todo fue distribuido ordenadamente a la tropa, a los funcionarios civiles que trabajaban para el gobierno intruso y saldaron deudas con vecinos de Pamplona a los que habían requisado suministros no pagados anteriormente. Pocos días después el gobernador puso en libertad a los miembros del Ayuntamiento.
Septiembre
Llegó septiembre y con él las primeras víctimas civiles. Varias personas fallecieron por esta circunstancia. Las primeras parece que fueron la esposa de un recaudador de arbitrios y otra mujer casada con un capitán español. El hambre era atroz y muchas familias estaban al borde de la desesperación. Cassan no podía hacer nada para paliar el sufrimiento de todo un pueblo. La rendición, única solución al problema, no era una opción. La tropa francesa también estaba agotada. Las raciones eran cada vez más escasas.
Cassán planifica el mandar un mensaje cifrado al general Soult. Pero es interceptado por los aliados y descifrado por los ingleses. La descripción que se hace de la situación de Pamplona da esperanzas a los sitiadores. Dice Cassán que como mucho podrá resistir hasta el 20 de octubre. Los hospitales están repletos de heridos y enfermos y da parte del número de tropas que aún dispone en activo. Son un total de tres mil novecientos noventa y un hombres y ciento cincuenta y seis caballos. Señala también que éstos últimos son alimentados con hojas de árboles y algo de paja y que diariamente se sacrifica alguno.
Intentando conseguir nuevos víveres, el día 9 se preparó la salida de mayor envergadura de todo el bloqueo. Cerca de seiscientos soldados y ochenta gendarmes a caballo salieron hacia la Casa Blanca buscando alimentos que mejoraran su situación. Pero fueron rechazados y tuvieron que regresar a la Plaza sin haber conseguido su objetivo.
En la ciudad reinaba el hambre. Los soldados debían aguantar guardias y salidas de patrulla con el estómago vacío. Las fuerzas iban menguando y nada podía hacerse para remediarlo. Los civiles hacían lo que podían para alimentarse. Según testimonios de las fuentes francesas, no había perro, gato, rata o ratón libre de ser cazado y comido.
Durante la noche del 6 al 8 de septiembre se daría un nuevo batacazo a la moral francesa. En todos los pueblos y campamentos que rodeaban Pamplona se celebró la caída de San Sebastián con repiques de campana. Lord Wellington había conseguido expulsar a las águilas napoleónicas de la capital guipuzcoana tras unos durísimos ataques.
A ésta y otras malas noticias de la situación de los ejércitos napoleónicos, que los aliados hacían llegar a los sitiados, hay que sumar la guerra psicológica que se utilizó contra los franceses. Dejaban mensajes en francés cerca de las murallas para que pudieran ser leídos por las tropas que salían a por víveres. Hablaban de paz, de comida, del excelente trato que les darían si se rendían. Llegaban noticias de camaradas suyos que habían sido cogidos prisioneros y que ahora disfrutaban de muchísimas más comodidades que ellos que se mantenían “libres”. Dichos mensajes causaron gran incidencia en la guarnición napoleónica y tuvieron el efecto deseado. Algunos abandonaron su puesto y se rindieron, aprovechando las salidas “a por verde” o deslizándose por la muralla en lo más oscuro de la noche.
Como respuesta a estas deserciones, que fueron especialmente intensas los días 24, 25 y 26, Cassán quiso dar muestras de su fuerza ordenando disparar las baterías de la Ciudadela hacia las posiciones enemigas. Pero, consciente de su crítica situación, también tomó otra determinación. El último día de mes ordenó que se realizasen varias minas en las murallas: cinco en la Ciudadela y cuatro en los lienzos de muralla de la ciudad. Estaba plenamente decidido a que, en caso de tener que rendirse, las defensas de Pamplona quedasen completamente inhabilitadas.
Octubre
La situación en octubre era más que desesperada. La ciudad se moría de hambre. Ya apenas quedaban alimentos. El escorbuto había invadido los hospitales. Los más desesperados llegaron a comer hierba. Cassán manda una misiva al general Carlos de España suplicando clemencia con los civiles. Le pide que mande provisiones para que no sufran más, llegando a prometerle, dando su palabra, de que dichos víveres no serán repartidos entre las tropas. La contestación de este fue tajante: La única salida a todos los problemas era la capitulación. Para poder aliviar un poco a los más necesitados, el gobernador francés llegó a ordenar el reparto de raciones de pan. Medida humanitaria pero insuficiente. Pamplona entera agonizaba.
El día 18 llega un comunicado del general España. Tiene noticias de la intención de Cassán de derruir las defensas de la ciudad en caso de tener que rendirla y salir de ella. Amenaza con tomar serias medidas:
“Que si destruye la más pequeña obra de la Plaza o de la Ciudadela, no espere para él ni para la guarnición ningún término de capitulación; a nadie será dado cuartel”.
El 23 de octubre prácticamente ya no quedan alimentos en Pamplona. Ya no había nada más que hacer. Cassán convocó al Consejo de Defensa y comenzó a hablarse de rendición y derrota. Habían aguantado todo lo humanamente posible. Pero ahora, sin víveres, sin apenas fuerzas, sin esperanza alguna de ser socorridos, solo quedaba una digna rendición.
Las primeras conversaciones tuvieron lugar en Artica y en el hospital de San Pedro, ubicados extramuros de Pamplona. Los franceses pidieron salir de la ciudad con sus armas y equipajes, ser escoltados hasta la frontera para evitar altercados en las poblaciones por donde pasaran y que se les suministrase víveres durante todo el trayecto. Ante esas exigencias, el general Carlos de España se negó a pactar rendición alguna. Conocía de sobra la situación de la guarnición de Pamplona y no aceptaba que su enemigo fuese liberado casi como un vencedor. El día 26 quedaron rotas las negociaciones.
Ante este fracaso, Cassán llegó a planear salir por la fuerza de la ciudad. Ordenó que se armase toda la tropa y que se preparasen para la evacuación, no sin antes haber volado las defensas de la capital. Se trataba de una acción desesperada. Pero, al comprobar el estado y el ánimo de sus soldados supo que sería una acción suicida. No le quedaba otra opción que volver a abrir las negociaciones.
Mientras tanto, el vecindario vería cómo algo ocurría en su ciudad. Las noticias de lo que sucedía se comentarían en las casas. Sabían que su sufrimiento estaba llegando a su fin. Solo rezarían porque se acabase de manera pacífica, sin más víctimas inocentes.
Los franceses abandonan Pamplona
El convento de San Pedro fue el lugar donde se reunieron de nuevo los representantes de ambos ejércitos el día 29. Tras largas negociaciones, el 31 de octubre se llegó a un acuerdo. Toda la guarnición francesa quedaría prisionera de guerra. Saldría el 1 de noviembre con todos los honores de la Plaza, desfilaría ante todas las fuerzas aliadas que formaban el bloqueo y, tras ello, dejarían sus armas a 300 pasos del glacis de la Ciudadela. Luego serían llevados al puerto de Pasajes y trasladados a Inglaterra. Parte de la guarnición de Pamplona embarcó el día 7 de octubre con destino a Portsmouth a bordo de la fragata La Volontaire.
En un documento redactado el día 1 de noviembre desde el Ayuntamiento puede leerse:
“Que hoy a las dos de la tarde han desfilado las tropas francesas por la Puerta Nueva y entregado las armas al frente de las Tropas Nacionales Españolas, han sido conducidas prisioneras de Guerra. Que concluida esta operación, ha hecho su entrada pública en esta capital el Sr. General Comandante del Bloqueo Don Carlos de España, entre aplausos, aclamaciones y sentimientos de reconocimiento, que tanto a su persona como a todas las bizarras tropas, así españolas como aliadas”.
En una carta escrita por el inglés Richard Hussey Vivian a su esposa se puede leer sus impresiones ante la salid de las tropas de la ciudad:
“Tuve la buena suerte de llegar a Pamplona justo a tiempo de ver a la guarnición salir y entregar sus armas; nunca he visto un cuerpo mejor. Parecían un poco pálidos, lo cual no es extraño si consideramos que habían estado durante seis semanas viviendo de gatos, perros y ratas, con cuatro onzas de carne de caballo y cuatro onzas de mal pan por día cada uno. Eran como unos 3.500. Desfilaron entre 12.000 soldados de tropas españolas que habían bloqueado el lugar, y que eran soldados de aspecto respetable”.
Al general Cassán se le permitió mandase un informe al mariscal Soult, donde señalaba una breve descripción de lo vivido durante el bloqueo y de las condiciones de la rendición.
Se acababa la aventura española para cientos de soldados franceses. Se acababa la guerra para unas tropas que habían sudado sangre en esta tierra. Y, sobretodo, se acababa el sufrimiento de un pueblo que llevaba casi seis años de privaciones, abusos, muertes, miedo y dolor. Los franceses dejaban trescientos setenta heridos y enfermos en los hospitales de Pamplona, además de diez oficiales y quinientos soldados muertos que jamás abandonarían la vieja Navarra.
La salida de las tropas napoleónicas fue contemplada por todos aquellos que las fuerzas les permitieron salir de casa y asomarse a las murallas. La entrada de los aliados fue aplaudida y enmarcada en emocionados vítores. Se realizó un tedeum en la Catedral y las calles se llenaron de gente que anhelaba desde hacía años poder pasear con libertad. Cierto que no hubo festejos programados, pero sí que la alegría se manifestó en Pamplona de manera espontánea. Tengamos como muestra de lo que ocurrió el sencillo y precioso testimonio de lo vivido por Luis Serafín López, secretario del Ayuntamiento:
“Cuando después de la guerra de la independencia se vio libre esta plaza de la guarnición francesa en Noviembre de 1813, después de haber sufrido un cerco de cuatro meses, en el cual me hallé dentro de esta Plaza, hubo iluminación la noche de la entrada de las tropas españolas. Corriendo yo el Secretario las calles llegué a ver la iluminación de la Iglesia Catedral, y vi que dentro del atrio se paseaba con mesurado paso un gigante: como yo no había llegado en mi niñez a verlos, me llamó la atención, y me agradó. El Auditor de Guerra al tiempo D. Miguel Subiza y Armendariz llegó al paraje; y ambos, como dos niños, estuvimos largo rato con otras gentes que llegaron entretenidos un rato porque el mozo Carpintero que los llevaba le dio varias vueltas, y nos hizo recordar lo que habíamos oído a nuestros padres de los Gigantes. Puerilidad será, pero esta puerilidad ha sido causa de que después por San Fermín se hayan sacado todos los años los gigantes”.
La guerra, para la capital del viejo Reino, había terminado.