Carmen Posadas: “Cuando viví en Moscú nuestra casa estaba llena de micrófonos. Hay espías en todas partes"

La escritora uruguaya presenta 'Licencia para espiar', un recorrido por el trabajo de las espías más intrépidas de la historia

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La historia, y por tanto nuestras vidas, habrían sido muy diferentes de no ser por la discreta, por no decir invisible, tarea que miles de personas llevan a cabo todos los días en la sombra. Me refiero a los espías. Dice la RAE que espía es la “persona que con disimulo y secreto observa o escucha lo que pasa, para comunicarlo a quien tiene interés en saberlo”. La pasión de Carmen Posadas por los entresijos del espionaje le ha llevado a escribir ‘Licencia para espiar’, la novela de las mujeres que se dedicaron al peligroso arte del espionaje.

La propia autora cree que su amor por el espionaje empezó en su más tierna infancia: “Mis padres eran muy fiesteros. Uno de mis primeros recuerdos es agarrada a los barrotes y mirando a los grandes. Pero después de mucho reflexionar me doy cuenta de que hubiera sido un desastre como espía”. Durante su infancia, Carmen pasó varios años en Moscú, viviendo en la embajada de Uruguay allí. Eran los años 70: “Todo el personal de la embajada eran espías”. Eso sí, cuenta Carmen en su obra que “vivir en la Unión Soviética en esos años era como formar parte de una película de espías. Pero no de James Bond, sino de Anacleto agente secreto, porque todo funcionaba fatal”. Cuenta en COPE la escritora que todos los trabajadores de la embajada, en la que vivía Carmen con su familia, eran espías. La casa, explica, estaba llena de micrófonos aunque no siempre funciona como ellos querían: “Estabas durmiendo y sonaba la ópera Aída a todo gas: se habían invertido los micrófonos y escuchábamos nosotros a los espías”. Puede que fuera este uno de los motivos de la pasión de Carmen por estas figuras tan discretas pero fundamentales en la historia. También sobre el ‘sexpionaje’: “En algunos países existen escuelas en las que se enseña a usar el amor como trampa. Se llaman ‘trampas de miel: “Si lo practica un hombre es James Bond. Si lo practica una mujer ya sabemos qué nombre le dan. En los países del Este había escuelas a las que llevaban jóvenes reclutadas en aldeas perdidas de Rusia. La entrenaban en todas las artes imaginables: armas de fuego, venenos, artes amatorias… y desarrollaron labores muy importantes”. A ellas se las conocía como gorriones. A ellos, romeos.

Licencia para espiar’ recorre las peligrosas labores de espionaje que desarrollaron mujeres del Antiguo Testamento, como Rahab la Larga, las artes que practicaron las doncellas venenosas de la India, Malinche, o la Mata Hari que, según recoge la autora, fue un desastre como espía. “Terminó en un pelotón de fusilamiento por torpe”.