El gesto que salvó la vida a un superviviente de la tragedia de los Andes: "Confié en mi intuición"
Gustavo Zerbino es un superviviente del drama y cuenta en el Fin de Semana con Cristina López Schlichting que unos instantes antes del accidente, un gesto le cambió la vida
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Se cumple 50 años de la Tragedia de los Andes, una pesadilla para los que estuvieron allí y un shock para los que la conocieron. Un avión de un equipo de rugby uruguayo se estrelló en la cordillera y aunque la gran mayoría murió, sobrevivieron algunos sufrieron unas penas inenarrables.
Gustavo Zerbino es un superviviente del drama y cuenta en el ‘Fin de Semana’ con Cristina López Schlichting cómo se siente: “Yo soy el hijo que volvió de la muerte”. Cuenta que su “madre tiene 100 años” y que ahora pone todo en perspectiva: “Pienso en todo lo que vino después de esa tragedia”. Pero reconoce que “los que murieron siguen vivos en nuestro corazón”.
Una experiencia de dolor profundo puede ser una experiencia de vida. Hay una profunda comunión en lo que vivieron. “Nosotros fuimos adelantados en el tiempo”, admite Zerbino. “En el 72 tuvimos que sobrevivir alimentándonos de los cuerpos de nuestros amigos muertos”, rememora el superviviente.
Los 16 viajeros que pudieron salir adelante de una travesía a través del hielo, pertrechados con la carne de los amigos muertos, avisaron a las autoridades y pudieron rescatar a los que quedaban. Unos instantes antes del accidente, Zerbino se había cambiado de asiento porque se había levantado a ver la cabina: “Estaban tomando mate y nadie manejaba porque tenía piloto automático”. Llegó un momento en el que “se dieron que estaban perdidos y me mandaron contra mi asiento”. “Parecía que íbamos a pegar contra el ombligo de la montaña”, describe. Trataron de elevar el avión y “quedó paralelo a la montaña”. Zerbino cambió de asiento, se quitó el cinturón y se agarró al equipaje: "Confié en mi intuición". “El avión se partió justo detrás de mí”, explica. Cuando abrió los ojos se quedó en shock: “Pensé que después de muerto había vida”. “Decía: ‘Jesusito, Jesusito, no quiero morir’”, confiesa.
Se encontraban a 4.000 metros de altitud y a 30 grados bajo cero. Durante un mes intentaron sobrevivir en una montaña rodeada de personas muertas. Llevaba 3 meses estudiando medicina pero tuvo que hacer de médico y cirujano por esta tragedia: “Yo sabía muy poca medicina, pero la vocación de servicio para mí era muy grande”. “Fui el mejor médico que podía haber”, cuenta el superviviente. Cuenta que simplemente sus manos “se movían”.
Han pasado 50 años, pero para él no es algo que le impida dormir: “No hay un solo día que haya tenido una pesadilla y recuerde el accidente de los Andes”. Pero admite que sí recuerda a los “amigos que murieron”. Él no recuerda la vivencia “como algo particular”, pero es consciente de lo afortunado que es: “Agradezco cada día a Dios estar vivo”.
Por esa razón, cuenta que vive la vida “intensamente”. “Nosotros en la cordillera, de estar cantando y bailando, chocamos en una montaña y caímos en un infierno helado”, explica. “El mundo es hostil” y “la mente te dice que te vas a morir”, pero le tocó ser fuerte: “Ahí tienes que optar en vivir o morir”. Todo ello le ha hecho ver las cosas con otra perspectiva: “En el único momento en el que se puede disfrutar es el presente”. Y ve ese día a día como un “regalo”.