‘Crónicas perplejas’: “¿Dónde va, padre de familia, en pantalones cortos, zapatillas de deporte y camiseta?"
Habla Antonio Agredano de los horteras
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En esta sección de ‘Herrera en COPE’, Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus ‘Crónicas Perplejas’.
Quiero luchar aquí contra una idea que hace mucho daño a la sociedad, en general, y al hombre pureta en particular. Madurez no implica comodidad. Esa gente que cumple cuarenta años y empieza a vestir como vestía cuando tenía quince. ¿Dónde va, padre de familia, trabajador ejemplar, señor hipotecado, con coche SUV, dónde va en pantalones cortos, zapatillas de deporte y camiseta de Capitán América? Un sábado. ¿Por qué su hijo y usted visten igual? Qué ha pasado aquí, qué se ha perdido en el camino, caballero. Su esposa lleva un precioso vestido de flores, largo, con las mangas ligeramente bombachas, de un tejido suave, con vuelo. Se ha maquillado bien, con naturalidad, lleva el pelo suelto cayéndole preciso sobre los hombros. Y a su lado lleva a un señor vestido como Bart Simpson.
Y diréis: Bueno, que cada uno se vista como quiera. Pues claro que no. ¿Qué somos? ¿Bárbaros? Esas chanclas dejando a la vista unos pies peludos, con esas uñas mejilloneras. Esos pantalones piratas que ya eran feos cuando estaban de moda, allá por el 96. Esas sudaderas grises con capucha. Esos señores con gorra. No podemos salir a la calle vestidos igual que cuando hacíamos cola en la Expo del 92. El tiempo pasa para todos. La comodidad no es excusa.
Hay cosas que hay quitar de en medio ya. Ese bolsito ahí cruzado, ese fuera. Las gorritas de Peaky Blinders, eso fuera ya. Las chaquetas de terciopelo de aspirante a Operación Triunfo, fuera. Los pantalones con bolsillos en los lados. Que parecemos GiJoes. Y las camisetas de la talla de cada uno. Que luego los puretas quieren ir entallados y se les ven más bultos que una boa harta a nísperos. Ya no tenemos el cuerpo que teníamos de chavales. Es que se ven cosas que asustan, de corazón lo digo.
Mira esos señores con mallas en el gimnasio. Que parecen un helado de esos de magnum, con las patillas finas, como el palillito, y luego ahí el cuerpo redondeado y a lo grande. Yo no digo que haya que ir como un dandi, pero bueno, un poquito de coquetería. Un algo. Un intangible. No sé, cambiar de traje, de vez en cuando. Que ha ido ya a ocho bodas con el mismo, caballero. Que ya está amortizado. Que ese traje ya no pasa la ITV.
Señores, que luego la vida aprieta. Que luego llegan los divorcios. Y hay que volver al mercado. Y te pilla a contrapié. Y quieres salir de marcha por ahí, te pones unos vaqueros anchotes, una camiseta demasiada colorida y ajustada, y los jóvenes se acercan a ti pidiéndote cosas raras porque te han confundido con un camello. Un poco de decoro, por favor. No es tan difícil. Han inventado una cosa increíble para este tema, lo han llamado “espejo”.
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