Del Val: "¿Saben cómo los periodistas nos hacemos con documentos?"

Luis del Val

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Estamos a cinco minutos, o a un par de días, para que algún justiciero investigador, descubra que el coronel Pérez de los Cobos, cuando tenía siete años, se dejó un helado sin pagar en su Gandía natal, o dijo una mentira, o -y esto sí que es gordo- suspendió un trimestre en Granática. Lo que más le molesta a un sinvergüenza es tropezarse con el honor y la dignidad, porque no está acostumbrado, e incluso piensa que no existen. Así que, si comienza la caza de brujas a ver si Pérez de los Cobos, cuando tenía once años, se meó en la fachada trasera del Palacio Ducal de Gandía, no les quepa duda de que la operación estará impulsada por algún sinvergüenza. No hay ningún ser humano perfecto, claro está, y bastará, no ya cualquier imperfección, sino cualquier duda, para que se intente levantar sospechas sobre la biografía de un hombre íntegro. Ahora mismo, como no encuentran nada, se están volcando en la investigación sobre quién filtró el documento en el que se destapa que el ministerio de Interior intentó tener conocimiento de las pesquisas ordenadas por un juez, y que sólo el juez puede conocer. Ese es el delito. Pero resulta que lo trascendente es intentar que Pérez de los Cobos sea sospechoso. ¿Saben cómo los periodistas nos hacemos con documentos? Pues mire usted, no salimos por la noche, con una linterna y una ganzúa y asaltamos los ministerios y los juzgados para hacer fotocopias. No. Cuando un periodista tiene en sus manos un documento comprometedor es porque se lo ha proporcionado un compañero de partido del implicado, o porque un funcionario o un contratado, molesto con sus jefes, ha puesto el pen drive dos minutos en el ordenador y se lo ha copiado. ¿Cómo se supo la gran estafa socialista de Filesa? Pues porque le dieron una patada a un contable y éste dijo: “se van a enterar”, y nos enteramos toda España. En un ministerio, en una dirección general, abundan los cabreados y los humillados, con o sin razón. Y sucede igualmente en los juzgados. Y dentro de los partidos políticos. Una vez que tienes grabado el pen drive, te vas a un ordenador ajeno, lo vuelcas y lo imprimes o lo envías por un correo del que acabas de dar de alta.

Si es difícil ponerle puertas al campo, es mucho más complicado colocarle muros al ciberespacio. Este gobierno de alma autoritaria, que por nuestra felicidad sería capaz de ordenar un horario para ducharse, intentó que la Guardia Civil se dedicara a vigilar lo que poníamos en nuestros correos y whatsapps, no fuera cosa que cometiéramos la grosería de hablar mal del Gobierno. Ese intento, que en Corea del Norte, Cuba y Venezuela está establecido, tropezó con la Guardia Civil, donde hay muchos, muchísimos Pérez de los Cobos, que saben que están al servicio del Estado y de los españoles, no al servicio de los intereses de un partido político. Por cierto, el padre de Pérez de los Cobos, un magnífico médico, murió hace nueve años. Pero si hay sinvergüenzas a los que les da lo mismo veinte mil muertos que cuarenta mil, dirán que en 1977 fue candidato por Murcia de Fuerza Nueva. Algo perfectamente legítimo. Pero escupirán sobre su tumba. Estoy convencido.