Esto es lo que ocurre dentro de un helicóptero durante un incendio en Madrid: "Es más complicado que llenar y vaciar agua"
La Linterna visita la base de Valdemorillo, donde ingenieros y pilotos denuncian que la marcha de la población de las zonas rurales coincide un 90% con el aumento de riesgo de incendio

Madrid - Publicado el - Actualizado
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En pleno verano, cuando los termómetros superan los 40 grados en la Comunidad de Madrid y la vegetación reseca convierte el terreno en un polvorín, los incendios forestales se convierten en una amenaza constante. En ese escenario extremo, el helicóptero W-3A Sokol, estacionado en la base helitransportada de Valdemorillo, se convierte en una herramienta clave. Pero lo que sucede en su interior durante una operación de extinción va mucho más allá de lo que se ve desde tierra: no se trata solo de volar, cargar agua y soltarla. Es una maniobra de alta precisión, coordinación y riesgo.
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Cómo actúan los bomberos ante un incendio forestal
José, uno de los pilotos con más experiencia en la base, explica que volar en condiciones de incendio es una de las tareas más complejas que existen en aviación. “Estamos hablando de condiciones adversas: temperaturas altísimas, humo denso que impide la visibilidad y la necesidad de volar muy bajo, casi al nivel de los árboles”, señala. El helicóptero, que puede transportar hasta 10 bomberos forestales y cargar 1.500 litros de agua, es versátil, pero su configuración actual está centrada exclusivamente en incendios forestales.
Apagar un incendio dentro de un helicóptero
La base de Valdemorillo se encuentra estratégicamente ubicada a unos 38 kilómetros de Madrid, próxima al embalse de Valmayor, en una zona que permite una rápida respuesta ante los avisos. José subraya que la clave está en la actuación temprana. “Llegar los primeros puede evitar que un conato se convierta en un gran incendio. Por eso, cada segundo cuenta. El helicóptero tiene que estar siempre listo para despegar en minutos”.
Dentro del helicóptero, el proceso de recogida de agua es milimétrico. Aunque desde abajo pueda parecer una operación mecánica, la realidad es mucho más delicada. “Depende del incendio y de las condiciones, ya tenemos coordenadas de las balsas de carga. No todos los embalses son utilizables porque algunos están cruzados por cables eléctricos”, explica. El piloto describe cómo se realiza la maniobra: simulan un aterrizaje sobre el punto de agua, sumergen la cesta —el famoso Bambi Bucket—, hacen una primera prueba para verificar que todo funciona y, si es así, realizan la carga definitiva y se dirigen a la zona del incendio. Todo ello, en comunicación constante por radio con el resto de helicópteros para evitar colisiones. “Vamos en carrusel: uno entra, otro sale. Por eso es vital decir en qué punto exacto estás en todo momento”.
En situaciones de extrema emergencia, cuando hay vidas en peligro, pueden llegar a usar piscinas privadas o zonas urbanas para cargar agua, aunque es una práctica que se evita siempre que sea posible. “Una piscina puede estar llena de gente, de toallas, objetos... El riesgo es muy alto. Si no queda más remedio y se causa algún daño, se registra la coordenada, se repone el agua y se indemniza al propietario”, asegura José.
“He perdido hasta tres kilos en un día”
En el interior del helicóptero, la coordinación entre el piloto, el copiloto, el mecánico y la brigada es continua. Todo está cronometrado. Cada intervención comienza con una llamada desde la emisora, donde Raquel, la emisorista de la base, activa el protocolo y comunica las coordenadas exactas. A partir de ahí, el equipo se moviliza en segundos: los bomberos se equipan, se suben al helicóptero, y despegan rumbo a las llamas.
Iván, jefe de la brigada helitransportada, subraya el nivel de exigencia física que supone este trabajo. “Un Bambi puede soltar más de 1.300 litros de agua a una velocidad de 150 km/h. Si estás en tierra y esa descarga cae cerca, hay que estar preparado. Estás bajo un calor de 42 grados, con humo, llamas y un esfuerzo físico extremo. Yo he llegado a perder tres kilos en un solo día por la deshidratación”, afirma.
En tierra, los pilotos tienen que evaluar rápidamente dónde descargar el agua para no poner en riesgo al equipo de brigadistas, que se enfrenta a condiciones extremas. La precisión es vital. Un error en la comunicación o en la maniobra puede tener consecuencias fatales.

Un hidroavión descarga agua sobre un incendio
Volar al límite
Mientras tanto, la rutina en la base no da tregua. Entre intervención e intervención, el helicóptero debe ser revisado y puesto a punto. José lo confirma: “Después de cada vuelo, hay que comprobar todo: mecánica, emisoras, sistemas. Todo tiene que estar perfecto porque cuando llega el aviso no puedes perder ni un minuto”.
El trabajo dentro del helicóptero durante un incendio forestal es un engranaje perfecto de personas y tecnología enfrentándose al fuego desde el aire. No es simplemente llenar una cesta y vaciarla sobre las llamas. Es volar al límite, en condiciones que ningún manual de vuelo recomienda, con vidas humanas en juego y con la presión de saber que, cuanto antes se actúe, mayores son las posibilidades de contener el incendio. Una labor tan compleja como vital, que se realiza día tras día, verano tras verano, desde las alturas de Madrid.