El duro relato de un superviviente al accidente de Los Andes: "Te acostumbras a comer carne de tus compañeros"

En 'La Noche de Arjona' recordamos aquel trágico suceso que ocurrió el 13 de octubre de 1972

Mónica García

Málaga - Publicado el - Actualizado

4 min lectura

En el mes de octubre de este año 2022 se cumplirán cincuenta años de una de las historias de supervivencia que más impactó a varias generaciones y que inspiró un libro y una película de obligado consumo.

Olvidar no se olvida, aunque van desapareciendo los sentimientos negativos y se quedan los positivos. Es como una herida sangrando que finalmente queda en una cicatriz,” afirma Roberto Conessa en 'La Noche de Adolfo Arjona'.

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COMIENZA LA PESADILLA

Nos situamos en el 13 de octubre de 1972. Un grupo de jóvenes uruguayos montan, distraídos y entre bromas, en el Fairchild F227. El vuelo salía de Mendoza con dirección a Santiago de Chile. Allí pasarían el fin de semana y jugarían un partido de rugby el domingo.

El avión tenía plazas de sobra, así que algunos de ellos invitaron a familiares a que los acompañaran. En total, 40 pasajeros y 5 miembros de la tripulación.

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COLISIÓN EN LOS ANDES

Mientras sobrevolaban la cordillera de Los Andes el avión tomó algunas turbulencias que los jóvenes incluso tomaron como parte de un juego, pero el comandante ordenó que tomaran asiento y se pusieran el cinturón de seguridad. No dio tiempo a nada más: un ala del aparato colisionaba con la montaña y se partía en dos. En el choque murieron trece personas y aquella misma noche otras tres.

Íbamos a competir a Chile y, de pronto, en un segundo cambia todo y estás rodeados de tus amigos muertos, y otros heridos y otros que se quejan. La imaginación más fuerte no te puede hacer darte cuenta que vayas en un avión y de pronto se parta en dos y te veas andando por la nieve. En la inmensidad de la cordillera”, recuerda el actualmente doctor Roberto Conessa en los micrófonos de COPE.

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PRIMERAS HORAS DE ANGUSTIA

Algunos de los supervivientes tomaron rápidamente las riendas de la situación. Localizaron malherido al comandante quien los tranquilizó al decirles que aguantaran aquella noche como pudieran que al día siguiente alguien iría a rescatarlos. Pero la ayuda nunca llegó. Después de 10 días, los supervivientes del accidente escuchaban por la radio que se suspendía la búsqueda.

FRÍO Y HAMBRE

Era la peor de las noticias. Llevaban 10 días soportando temperaturas de 30 grados bajo cero sin apenas ropa ni calzado de abrigo. Las provisiones se habían acabado y el hambre y la sed eran acuciantes. En ese contexto seguían muriendo supervivientes del impacto del avión: ocho de ellos pierden la vida al quedar sepultados en una avalancha de nieve y otros por la gravedad de sus heridas. Los dieciséis supervivientes tomaron la decisión más difícil de sus vidas... alimentarse de los cuerpos sin vida de sus compañeros.

Hubo quiénes decidieron que era la única forma de mantenerse con vida. Allí el comportamiento humano era diferente: el dinero era simplemente papel, los muertos eran fuente de comida, la montaña era la que regía el destino del grupo, la presencia de Dios era sublime” recuerda Conessa durante su conversación con Adolfo Arjona.

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Uno de los héroes de aquel accidente, que junto a su compañero Nando Parrado consiguió encontrar ayuda dos meses y medio después del accidente en la montaña, continúa su relato: “Emergió la idea de varios. Alguien dijo 'creo que me estoy volviendo loco porque creo que me tendré que alimentar de los muertos'. En lo personal pensé, los cuerpos de nuestros amigos tienen proteínas y fuentes de energía y ellos no van a usar más su cuerpo. Si yo hubiera muerto en la cordillera estaría más que orgulloso que mi cuerpo muerto fuera un proyecto de vida para mis amigos”.

LOCALIZADOS AL FIN

Dos meses después del accidente, uno de los jóvenes, Nando Parrado, decidió que él no esperaría a la muerte allí sentado. Junto a Roberto Canessa emprendieron el camino hacia la vida… No pararían hasta encontrar la civilización.

Y así fue. El 20 de diciembre llegaron a la orilla de un río y al otro lado se encontraba un hombre montado a caballo. Como pudieron se hicieron entender. Aquel arriero cabalgó durante 10 horas hasta el pueblo más cercano y allí comunicó a los carabineros lo que había pasado.

Era el fin de la pesadilla. A partir de aquel momento comenzaba el rescate de los supervivientes que habían quedado en la montaña. Era el 23 de diciembre de 1972… Las Navidades más felices de sus vidas.