Fernando de Haro: "El atasco mundial no significa desabastecimiento sino que hay que buscar alternativas"
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Empezamos nueva semana con la sorpresa de que en España crece un grupo de personas que se autodenominan preparacionistas. Juan, es uno de ello, quiere estar preparado para un eventual apagón, para un posible desabastecimiento. Juan ha hecho en el trastero de su casa acopio de latas de comida, linternas, brújulas, medicamentos y muchas cosas más.
Juan seguramente no ha leído una comedia de Calderón que se titula: "No siempre lo peor es lo cierto". Juan, como todos los preparacionistas, se ha acostumbrado a pensar que lo peor está a punto de suceder. Y ahora ha encontrado en los problemas de abastecimiento, en la subida del precio de la luz -en el mercado mayorista el precio de la luz ha subido un 28 por ciento y está hoy a 167 euros el megavatio hora-, en la subida del precio del gas una justificación para almacenar todo lo que almacena. A Juan y a buena parte de los preparacionistas no les sirve que se les dé información, antes de haber recibido esa información, ya han decidido que vamos hacia el desastre.
Pero como no todos nos hemos vuelto preparacionistas quizás convenga recordar algunos datos que ya hemos contado aquí alguna tarde. España depende mucho del gas de Argelia, y el enfrentamiento entre Marruecos y Argelia no hace posible que utilicemos unos de los gaseoductos que utilizábamos hasta ahora. Eso va a significar que el gas va a seguir subiendo, pero no significa que nos vayamos a quedar sin gas. Los depósitos de gas están casi llenos. Podemos recibir gas por barco, lo vamos a pagar más caro pero eso no significa que nos vayamos a quedar sin él.
¿Y la crisis de comercial mundial no nos va a dejar sin nuestra ginebra habitual, sin juguetes, sin cristal para embotellar el vino, sin coches porque no hay microchips para fabricarlos? La crisis de suministro mundial es un hecho. Las fábricas en un mundo globalizado con la pandemia sufrieron un parón y no es automático que vuelvan a ponerse en marcha como antes.
Ahora la mayoría han vuelto a su actividad habitual pero el consumo ha aumentado mucho y hay cuellos de botella en la cadena de producción y de distribución. No se puede fabricar en pocas semanas lo que se dejó de fabricar en meses. El comercio marítimo se ha saturado, no hay ni tantos contenedores ni tantos barcos como son necesarios para lo que queremos transportar de un rincón a otro rincón del mundo. Las rutas se alargan, los barcos esperan a la entrada de los puertos y no suele haber tantos camioneros como son necesarios para transportar las mercancías por carretera.
Estamos viviendo un monumental atasco en el mundo. Y eso significa que tendremos seguramente que esperar más tiempo para recibir el coche nuevo si hemos decidido cambiarlo o que no tengamos la ginebra de nuestra marca favorita. El gran atasco mundial no significa desabastecimiento, significa que tendremos que esperar o que buscar marcas alternativas. Esta situación seguramente se prolongue hasta el verano del año que viene, pero eso no significa que en Occidente nos vayamos a morir de hambre.
Se mueren de hambre en otros sitios. El precio de la energía y del transporte va a seguir subiendo, tenemos ya la inflación en el 5 por ciento. Pero la inflación que cuenta, que es la inflación subyacente, sin energía y sin alimentos elaborados, está en el 1,4 por ciento, una referencia que no es una locura. Lo lógico es que cuando el gran atasco se arregle los precios dejen de subir.
En resumen, vamos a tener que esperar más de lo acostumbrado para comprar algunas cosas, vamos a tener que apretarnos el cinturón porque muchas cosas, como la luz y el gas, y algunos alimentos suben de precio. Los agricultores tendrán menos margen de negocio, las empresas de distribución también y nosotros seremos un poco más pobres, la inflación es el impuesto de la clase media, pero eso no significa que tengamos que llenar, como Juan, los trasteros de artículos de primera necesidad. No siempre lo peor es lo cierto.