Adiós a un humilde trabajador en la viña del Señor

La Firma de Restán de este domingo reflexiona sobre el papel de Benedicto XVI como Pontífice y como teólogo

José Luis Restán

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2022 se cerraba ayer con la triste noticia de la muerte de Benedicto XVI. Es el adiós a una figura extraordinaria en la historia del catolicismo moderno, pero sobre todo la despedida a un hombre inmensamente querido, que con su sencillez y humildad desmontó todas las caricaturas que se hicieron sobre él. El tiempo permitirá valorar con perspectiva la contribución de quien, sin miedo a exagerar, debe ser considerado uno de los mayores teólogos de la historia.

Como pensador y como pastor, Joseph Ratzinger presentó la fe de manera fresca y renovada, encarnando a la perfección el espíritu del Concilio Vaticano II en el que él mismo había participado.

Su primera encíclica, Deus Caritas est, o su trilogía “Jesús de Nazaret”, son obras maestras del pensamiento cristiano que, sin desmerecer un ápice en erudición, pueden ser fácilmente comprendidas por cualquier lector, al que de inmediato contagia de su pasión por la búsqueda de Dios. El Papa emérito ha sido también un gran impulsor del diálogo fe-razón. Célebre fue su debate con el filósofo Jürgen Habermas. El todavía entonces prefecto de la Doctrina de la Fe apuntaba ya entonces una serie de líneas centrales después en su pontificado, como la razonabilidad de la fe o la refutación de una mal entendida laicidad que pretende obligar a la persona creyente a aparcar sus más profundas convicciones como requisito para participar en la vida pública.

De esa vida pública se retiró Benedicto con su renuncia para dedicarse a una vida de oración, desde la fidelidad a lo que en todo momento quiso ser y fue: un humilde trabajador en la viña del Señor.